No nos importaba nada. De hecho, tan poco nos importaba, que por momentos nos olvidábamos que el amor es ciego, pero no los vecinos. Siempre tuvimos algo especial, eso que es difícil de conseguir con la mayoría de la gente. Algunos lo llaman química, pero esto era algo diferente. Yo prefiero reconocer que más bien era compulsión por tocarnos. Era inevitable que al vernos no pudiéramos parar de hacerlo, sin que nos importara nada más. Besos, abrazos, lo que fuera y donde fuera… lo importante era estar cerca. A veces pasábamos horas y horas haciendo simplemente eso, sin aburrirnos, y siempre queriendo un poquito más, lo que hacía más larga la despedida que terminaba prolongándose por horas cuando realmente se solucionaba con un simple “nos vemos mañana”.
El lugar era lo de menos, lo importante era estar juntos y reconocer que no podíamos despegarnos ni un segundo. Más de una vez perdíamos la noción del tiempo... ¿Ya son las 7 y media? En cinco minutos llega, y nosotros corriendo por toda la casa en busca del pantalón que revoleamos en la cocina y la malparida bombacha que quedó justo en el rincón más alejado de debajo de la cama. Es más, todavía no sé como eso de salir apurados, vos con el pelo revuelto y dos botones sin abrochar, y yo con una media menos, jamás nos delató. Algún día el vicio nos iba a costar caro. Era más fuerte que nosotros, no lo podíamos evitar. El deseo por el contacto físico no entendía razones ni tomaba conciencia de tiempos ni espacios.
Más de una vez hemos hecho locuras por esta adicción que nos teníamos mutuamente. Todavía me acuerdo esa tarde que te pasé a buscar, y me dijiste que el día anterior se había sentado detrás nuestro en el colectivo una chica que trabajaba enfrente tuyo. Nosotros jamás nos dimos cuenta de su presencia, pero claramente ella sí de la nuestra, ya que recordaba con lujo de detalles cómo yo te daba algún beso disimulado en el brazo (ya que claramente no daba chapar cual adolescentes en celo en el medio del bondi) hasta que te lo mordía con fuerza, en esas ganas incontrolables de tocarte y tenerte cerca.
Llanto. Tu reacción solía consistir de una mini escena donde llorabas, siendo el centro de atención mientras el resto de los pasajeros miraban asombrados, hasta que estallabas de risa. Nadie entendía nada, siempre fuiste demasiado buena actriz como para que alguien sospechara lo contrario. Eso sí, la segunda y la tercera ya nadie te creía, pero aún así yo te mordía sin razón y vos repetías el plan. Nos divertíamos a nuestra manera, lo que nos rodeaba no nos afectaba… y creo que tan mal no nos iba, ya que la chica que nos miraba no dudó en decirte después de vernos que envidiaba la relación que teníamos, y que ojalá ella con su novio tuviera al menos un poquito de esa conexión que teníamos nosotros.
Jamás fue perfecto, pero nos entendíamos bien. Vos con tus mambos, yo con los míos… siempre nos la rebuscábamos para que saliera bien. Hemos hecho cada locura que ni siquiera jugando al “yo nunca”, completamente borracho, me animaría a contarle a mis amigos. Por momentos sentía como si nuestros cuerpos hablaran al tocarse, complementándose a la perfección de forma armoniosa, casi al punto de sospechar que te habían hecho exactamente a mi medida en todo sentido. Las conversaciones de nuestros cuerpos eran geniales, pero el único problema que teníamos era que nuestras conversaciones con palabras lamentablemente, con el correr del tiempo, no estaban ni cerca de ser la sombra de lo que nuestros cuerpos se transmitían mutuamente en esos momentos…
A mas de uno nos es familiar una situacion asi... Pero, al fin de cuentas, la comunicacion corporal on its own no es suficiente, lamentablemente...
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