22 jun 2010

Caminando de la mano

Podía sonar cruel, pero se lo tenía que decir. Tranquilamente podía haberme hecho el tonto y disfrutar, pero no, tuve que hablar. Le dije claramente que tenía un problema con llevar a las chicas de la mano, salvo que realmente me gustara o que la relación estuviera a otro nivel. Decir esto, seguido de no llevar a la chica en cuestión de la mano, es como decir indirectamente “no me importás lo suficiente”. Se lo dije igual. Ella no hizo demasiado problema, ya que al fin y al cabo, yo era simplemente su distracción en la facultad, por lo que no entrar en el selecto grupo de chicas que tienen esos beneficios no era algo importante en su mente, y con el tiempo lo fue olvidando.

Después de muchas idas y vueltas, no dio para más (si es que en algún momento dio para algo), por lo que simplemente nos limitamos a seguir cursando juntos y saludarnos educadamente cada vez que nos veíamos. Era una materia nueva, ella tenía su nuevo grupo de amigos y yo el mío, aunque aún así siempre nos sentábamos rebuscadamente al alcance del otro. A pesar de toda la histeria, en el fondo nos queríamos cerca (pero no tanto, ya que sino la hubiera llevado de la mano en algún momento), pero ya era tiempo para mí de buscar nuevos horizontes ya que eso no daba para más.

Rubia, simpática, querible… nueva. Era tan simple y común que eso la hacía diferente al resto. La nueva compañerita me gustaba, y por suerte, no compartíamos el curso con la vieja. Era ideal para despejarme, con ella tenía todas las de ganar. El único detalle en contra era que su novio probablemente no estaría tan de acuerdo conmigo. Le fui totalmente sincero, y le conté que hasta hacía poco me gustaba otra chica de la facultad, pero ya no pasaba nada. No hizo ningún problema (ni pienso que hubiera sido tan caradura de hacerlo sabiendo que tenía novio). Era el crimen perfecto…

La nueva me gustaba. Aún así, mi manía contra el tema de ir de la manito era más fuerte. Se lo dije sinceramente, y le causó gracia pero lo aceptó tranquilamente, finalmente accediendo a ir a comer algo después de la facultad. No buscábamos demasiado en la salida, simplemente teníamos como objetivo conocernos un poco más. La pasamos bien, recorrimos las ferias de Plaza Francia y volvimos a la facultad. No sé porqué volvimos, quizás simplemente porque realmente a mí me encanta. Esas escaleras eternas con gigantes columnas imponentes hacen que vuelva siempre con una sonrisa en la cara, aunque, claro, esta vez estaba con ella, y decidimos hacernos los aventureros en el intento de subir por el pastito de la colinita empinada del costado en vez de por donde corresponde.

Había llovido el día anterior y patinaba bastante, lo que daba aún más adrenalina a la mini-odisea que nos proponíamos cumplir. Siempre me encantó disfrutar estas pavadas, y más si es acompañado. Tomamos impulso… ¡uno, dos, y arriba!. Arriba yo, porque ella se quedó abajo. Entre risas, me dijo que hiciera una excepción y la ayudara a subir. Claramente, a caballito no la iba a alzar, por lo que no me quedaba otra que subirla de la mano. Lo pensé un poco, y sabiendo bien el contexto de la situación, no había problema. Mi problema no era ir de la mano en sí, sino todo lo que eso representa en mi cabeza.

La subida venía bien, sin mayores sobresaltos (ni que debiera haberlos, todos sabemos que es una pavada esto que nos proponíamos). A lo lejos escucho unas risas conocidas: la vieja y sus amigas no tenían nada más interesante que hacer que pasear por la facultad en el turno que no cursaban, y observar como el idiota de su compañero intentaba subir por el pastito… acompañado por una chica… ¡y de la mano!. No estaba haciendo nada fuera de lugar, no tenía que rendirle cuentas a nadie, pero instintivamente solté a la nueva que casi se pega un porrazo de aquellos. Era tarde, la vieja me había visto, y la nueva refunfuñaba debido a que casi le sale cara la odisea, todo por mi culpa.

Al otro día, la vieja me mató a preguntas sobre quién era la chica, y por qué ibamos de la mano. La historia era poco creíble, pero era auténtica. Jamás me creyó, era obvio para ella que la historia de la manito era inventada, o bien que la nueva era lo suficientemente importante en mi vida como para ser la excepción que ella jamás llegó a ser. La nueva, en cambio, me preguntó enojada por qué la había soltado, y también le conté la verdad. En realidad, la había soltado simplemente por instinto y sin pensar al momento de ver a la otra, así como cuando alguien se quema saca la mano del fuego. No me creyó tampoco, ni valoró mi sinceridad.

Uno de mis peores defectos es que con estas cosas no puedo mentir, ya que no puedo soportar que alguien me diga “me mentiste” cuando se dan cuenta debido a esa estúpida necesidad que tengo de hacer las cosas bien para quedarme siempre tranquilo mentalmente. Yo sé que hice las cosas bien, por más que suene armado lo que cuento. Que se jodan. Quizás las siga viendo, no importa, pero que se jodan… ahora no hay mano para ninguna de las dos.

6 comentarios:

  1. Te acordas ? un año fuera de serie. Se dieron muchas cosas asi, raras.
    Pasaron muchas cosas buenas, se quedaron las importantes.



    Julián.

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  2. Lo tuyo es sincericidio, Pelu, no jodas.
    Abrazos

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  3. jajajaja esas sinceridades que matan..
    muy bueno lo que escribis, siempre te lo digo
    #1 fan !
    beso

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  4. Esa necesidad de ser tan explicito

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  5. Estoy de acuerdo! Para qué darles la mano si las podés abrazar ;)
    Natalia G.

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  6. Me mato el del sincericidio!! Jajajaa... postaaa... yo recuerdo esas cosas!!! Por esa epoca era cdo nos conocimos :)
    Q cosa ierino... sos un fuera de serie... qdan pocos asi... sincericidas :)

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