Hoy tengo ganas de jugar a que no nos conocemos. Estaría bueno poder robarte el msn buscando alguna casualidad para empezar poco a poco a conocerte, incluso sabiendo que vos me buscaste primero. Casi como por casualidad podrías darme tu celular, para combinar por mensajito de texto encontrarnos una tarde lluviosa en un McDonalds del centro con la excusa de que tenés que hacer tiempo, pero termine finalmente acompañándote hasta bien entrada la noche. Ojalá nuestra primer salida sea tan embolante como ir a tramitar el pasaporte juntos pero aún así pasarla genial.
En la segunda salida quizás yo te mire tu cara súper ilusionada pero igualmente me anime a decirte que te están mintiendo descaradamente. Me gustaría explicarte todo lo que veo cuando te digo que te mienten, y que me escuches atentamente, pero también estar ahí cuando necesites con quien llorar y descargarte porque finalmente no se te dio, y que todo ese gran proyecto que te vendía ese idiota eran espejitos de colores que jamás te iban a llevar lo lejos que te merecés llegar.
Me gustaría ser parte de tu vida poco a poco, sumergirme en tu mundo como si no lo conociera y sorprenderme como el primer día de tus contagiosas ganas de vivir, de tus proyectos utópicos y de tus ganas de superarte permanentemente, aunque todavía más me gustaría estar ahí para ver que incluso tus ideas más locas finalmente se te terminan cumpliendo porque sea como sea obtenés todo lo que te proponés. Incluso, me gustaría que te propusieras estar conmigo, y que me busques, mientras yo me hago que pienso que planeaste todo cuando realmente yo tenía aún más ganas que vos de estar juntos, pero jamás te lo confesaría.
Tengo ganas de que al verte se me revuelva la panza pensando en lo mucho que me gustás, y que el primer beso se haga esperar un poco pero que venga con un montón de adrenalina. Sería genial avanzar de a poco, pero a nuestro ritmo, haciendo de cuenta que jamás hubiéramos pasado infinitas noches juntos. Me gustaría mirarte a los ojos y ver todas las ganas que tenés de verme, cómo te ilusionás con cada palabra y siempre proponés algo más a todo lo que yo te propongo. Me enamoraría que en vos no existan los no, o al menos, que no existan para los no dirigidos hacia mí. También me encantaría descubrir tus miedos e inseguridades, y hacerte saber que estoy ahí para contenerte y acompañarte.
Quisiera olvidarme de los reproches, de los llantos y de las cicatrices, e incluso olvidarme de las risas y los buenos momentos, para poder vivirlas como si fueran algo nuevo que me sorprende por lo mucho que me encanta. Podría estallar de risa al leer tus mensajes inoportunos a cualquier hora, y que con originalidad me digas lo mucho que me extrañás, sorprendiéndome con tus ocurrencias como las de "mandá vampiresa al 2020 y teneme en unos minutos en la puerta de tu casa". Me gustaría que me asuste verte tan seguido y que seas una parte muy importante de mi vida, que cualquier excusa sea buena para que nos crucemos sin importar que tengamos como dos horas de viaje nada más que para compartir unos minutos. Me gustaría especialmente que, lo que más me asuste, sea que vos te sientas igual que yo...
Insisto, hoy tengo ganas de jugar a que no nos conocemos... la verdad que sería genial, ¿no te parece?. Levantaría el teléfono, respiraría muy profundo, tomaría coraje y te llamaría para proponértelo, y si por una de esas casualidades te animaras a atender, te lo diría solamente una vez, y en esa complicidad que tan bien sé que tenemos, esperaría que te sumes aceptando tácitamente mientras empezás a jugar antes que yo (y súbitamente, me olvide de toda esa complicidad para empezar a descubrirla yo mismo, en el medio del juego). Me encantaría poder jugar a todo esto con vos... aunque en el fondo, creo, que lo que más me gustaría es que no fuera un juego, y que realmente no nos conociéramos ni un poquito, pero que de todas formas aún así la vida se las rebusque para cruzarnos por casualidad y que nos demos cuenta solitos de que esto puede ser especial.
30 jun 2010
28 jun 2010
Stop the world, I wanna get off
Teléfono. Del otro lado se escuchaba una voz que podía reconocer fácilmente, con la diferencia de que no sonaba como estaba acostumbrado. Se sentía como ahogada y sus palabras estaban más cerca de parecer un llanto que de formar oraciones entendibles. A duras penas podía decodificar algunas palabras, entre las que interpretaba que estaba muy mal y que me necesitaba, urgente. Esa era toda la información que tenía, ya que no podía entender lo que me quería decir y antes de darme cuenta, corta. Pruebo llamarla nuevamente, pero no atiende. No tenía otra forma de contactarla.
Salí corriendo de casa. Literalmente corriendo, ya que era de noche y no tenía tiempo de esperar ningún taxi o colectivo, y esas cerca de veinte cuadras que separaban mi casa de la suya de repente se hacían eternas en la desesperación por llegar lo antes posible. Toqué el timbre, me hicieron pasar sin problemas ya que en esa época pasaba más tiempo ahí que en mi propia casa, pero era la primera vez que llegaba súbitamente de noche y sin aviso. Evidentemente, algo había pasado, pero nadie estaba al tanto. Subo las escaleras para ir a buscarla, ya que suponía que iba a estar en su cuarto, pero en el camino la encuentro tirada en el medio de uno de los pasillos interiores… La imagen era demasiado fuerte como para ser real. No reaccionaba.
La nena se había tomado un cóctel de medicamentos, incluyendo muchos valium. Obviamente, no los había tomado por equivocación. Gritos, preguntas, culpas, llanto… Mucho huevo en la garganta y frases trilladas relacionadas con “vas a estar bien”, pero estaba a la vista que no estaba nada bien (es más, ni siquiera sabíamos si nos escuchaba). No sé cuánto habrá tardado en llegar la ambulancia, pero a mí me parecieron siglos. Lo único que se cruzaba por mi cabeza era desear que no fuera demasiado tarde. Aparentemente, yo no había sido al único a quien ella le había pedido ayuda: un amigo suyo también llegó más o menos cuando vino la ambulancia, y vaya uno a saber a cuanta gente más le habrá pedido sutilmente ayuda también (pero jamás aparecieron).
Hospital. Nadie decía nada, pero las caras de preocupación decían todo. Con el correr de los meses, se había transformado en una parte muy importante de mi vida como para siquiera considerar el hecho de que le pasara algo, pero lo que realmente me aterrorizaba era la idea de perderla. El simple hecho de separarnos por un rato por momentos se tornaba una eternidad, por lo que era impensable la idea de que no estuviera más, para siempre. Por suerte habíamos llegado a tiempo. Parecía que la nena iba a estar bien, lo cual me dejaba levemente más tranquilo. Vaya uno a saber qué hubiera pasado si no hubiera salido de casa a buscarla…
Iba a estar bien. Bien. Bien es relativo a veces. Bien, para el resto, era que pudiera contar la historia después, pero realmente ella no estaba bien. La historia la iba a poder contar, pero los días siguientes no quería siquiera salir de su cuarto salvo ocasiones que lo ameritasen, llegando al punto que más de una vez la madre llegó a llamarme por por teléfono para que la convenciera de salir de su cuarto para comer o bañarse. La carga de ser “la única persona a la que quería ver” era, de repente, una mochila muy pesada de cargar, incluso en el caso de que solamente quisiera llamar la atención. Afortunadamente para ella, la quería demasiado como para no hacerme cargo de lo que necesitaba.
Con el correr de los días, a simple vista uno podía ver sus brazos con pequeñas cicatrices de cortes. Ninguna era considerable o lo suficientemente profunda como para considerarla una herida, pero esos raspones de todas formas eran una clara muestra de su protesta en contra de la vida y su pedido a gritos de atención, que para su suerte, la mayoría de su gente cercana le podíamos brindar. Con un cutter en la cartera siempre listo, no tenía inconvenientes en amenazar con cortarse los brazos si no se hacía o decía lo que ella quería.
Por momentos, el aire de su habitación se hacía impenetrable, era demasiada la tensión para un solo lugar. La nena lentamente dejaba las malas costumbres de lastimarse, para empezar de a poco a estar mejor. Era algo impulsivo y esporádico, algo momentáneo que no se iba a extender en el tiempo (o al menos, eso creía su psicóloga, considerándolo simplemente un “acting out” para desviar la atención de todos hacia ella). Todos pensaban en las secuelas que eso podía acarrearle más adelante, esperando que estuviera bien. Lamentablemente, nadie pensó en las secuelas que podía tener todo esto en mí a futuro, y lo que es aún peor, es el día de hoy que creo que nadie siquiera atinó a preguntármelo... y sin embargo, mucho tiempo después, es el día de hoy que todavía por momentos se siente.
Salí corriendo de casa. Literalmente corriendo, ya que era de noche y no tenía tiempo de esperar ningún taxi o colectivo, y esas cerca de veinte cuadras que separaban mi casa de la suya de repente se hacían eternas en la desesperación por llegar lo antes posible. Toqué el timbre, me hicieron pasar sin problemas ya que en esa época pasaba más tiempo ahí que en mi propia casa, pero era la primera vez que llegaba súbitamente de noche y sin aviso. Evidentemente, algo había pasado, pero nadie estaba al tanto. Subo las escaleras para ir a buscarla, ya que suponía que iba a estar en su cuarto, pero en el camino la encuentro tirada en el medio de uno de los pasillos interiores… La imagen era demasiado fuerte como para ser real. No reaccionaba.
La nena se había tomado un cóctel de medicamentos, incluyendo muchos valium. Obviamente, no los había tomado por equivocación. Gritos, preguntas, culpas, llanto… Mucho huevo en la garganta y frases trilladas relacionadas con “vas a estar bien”, pero estaba a la vista que no estaba nada bien (es más, ni siquiera sabíamos si nos escuchaba). No sé cuánto habrá tardado en llegar la ambulancia, pero a mí me parecieron siglos. Lo único que se cruzaba por mi cabeza era desear que no fuera demasiado tarde. Aparentemente, yo no había sido al único a quien ella le había pedido ayuda: un amigo suyo también llegó más o menos cuando vino la ambulancia, y vaya uno a saber a cuanta gente más le habrá pedido sutilmente ayuda también (pero jamás aparecieron).
Hospital. Nadie decía nada, pero las caras de preocupación decían todo. Con el correr de los meses, se había transformado en una parte muy importante de mi vida como para siquiera considerar el hecho de que le pasara algo, pero lo que realmente me aterrorizaba era la idea de perderla. El simple hecho de separarnos por un rato por momentos se tornaba una eternidad, por lo que era impensable la idea de que no estuviera más, para siempre. Por suerte habíamos llegado a tiempo. Parecía que la nena iba a estar bien, lo cual me dejaba levemente más tranquilo. Vaya uno a saber qué hubiera pasado si no hubiera salido de casa a buscarla…
Iba a estar bien. Bien. Bien es relativo a veces. Bien, para el resto, era que pudiera contar la historia después, pero realmente ella no estaba bien. La historia la iba a poder contar, pero los días siguientes no quería siquiera salir de su cuarto salvo ocasiones que lo ameritasen, llegando al punto que más de una vez la madre llegó a llamarme por por teléfono para que la convenciera de salir de su cuarto para comer o bañarse. La carga de ser “la única persona a la que quería ver” era, de repente, una mochila muy pesada de cargar, incluso en el caso de que solamente quisiera llamar la atención. Afortunadamente para ella, la quería demasiado como para no hacerme cargo de lo que necesitaba.
Con el correr de los días, a simple vista uno podía ver sus brazos con pequeñas cicatrices de cortes. Ninguna era considerable o lo suficientemente profunda como para considerarla una herida, pero esos raspones de todas formas eran una clara muestra de su protesta en contra de la vida y su pedido a gritos de atención, que para su suerte, la mayoría de su gente cercana le podíamos brindar. Con un cutter en la cartera siempre listo, no tenía inconvenientes en amenazar con cortarse los brazos si no se hacía o decía lo que ella quería.
Por momentos, el aire de su habitación se hacía impenetrable, era demasiada la tensión para un solo lugar. La nena lentamente dejaba las malas costumbres de lastimarse, para empezar de a poco a estar mejor. Era algo impulsivo y esporádico, algo momentáneo que no se iba a extender en el tiempo (o al menos, eso creía su psicóloga, considerándolo simplemente un “acting out” para desviar la atención de todos hacia ella). Todos pensaban en las secuelas que eso podía acarrearle más adelante, esperando que estuviera bien. Lamentablemente, nadie pensó en las secuelas que podía tener todo esto en mí a futuro, y lo que es aún peor, es el día de hoy que creo que nadie siquiera atinó a preguntármelo... y sin embargo, mucho tiempo después, es el día de hoy que todavía por momentos se siente.
27 jun 2010
De sapos y príncipes
Les encanta el drama, admitámoslo. Son histéricas. Incluso cuando uno hace las cosas bien, ellas le encuentran algún defecto. Piensan que, si realmente nos interesa y nos preocupamos, lo hacemos de compromiso porque queremos ponerla. Si nos alejamos, somos unos desconsiderados y mentirosos, porque si tanto la queríamos no nos alejaríamos tan fácil y tan rápido. ¿Tan rápido se nos fue el amor? Seguro éramos un mentiroso más del montón… Si decimos que las queremos, es más que posible que se lo digamos a todas. ¿Qué las hace ser especiales para nosotros? Se lo preguntan un par de veces, y es motivo de sospecha. Ninguna piensa haber hecho nada como para merecer eso, cuando en realidad, los te quiero no son por merecimiento, simplemente se sienten y no se explican. A pesar de que lo que digamos sea sincero, más de una vez no ven eso sino que buscan la estrategia en lo que decimos.
Algunas hasta están seguras que esa amiga cercana, o esa mina que nosotros decimos que no nos interesa, debe ser nuestro garch´n´go o bien en el fondo nos interesa más de lo que le contamos (porque sí, a veces somos tan pelotudos que incluso les contamos esas cosas). La otra posiblemente es más linda, más flaca, más alta, más atrevida o desinhibida... y si no lo ven así, lo imaginan. Se contentan pensando que seguramente es un gato, una mina fácil, entregada… pero incluso en ese caso, su autoestima las hace pensar que son mejores que ellas a nuestros ojos, y cuando les decimos cosas lindas a ellas no somos del todo sinceros.
La mayoría de las mujeres se cruzó en su vida con un tarado que alguna vez les mintió, que les dibujó una cosa cuando realmente era otra, y las lastimó demasiado. Pasar por eso las hace reticentes a pensar que un hombre cualquiera pueda decir las cosas sinceramente, sin demasiada vuelta, sin significado oculto, sin peros, sin objetivos en concreto. Más de un buen pibe paga los platos rotos de los demás, sin protestar. Las mujeres son mucho más complejas que los hombres, les encanta dar mensajes ambiguos. El hombre es un poco más simple (y pelotudo), pero la mujer intenta entendernos desde su perspectiva, y no les cierra.
Sacando esos salames que se cruzaron en sus vidas, algunos de nosotros no le regalamos un “te quiero” a cualquiera, pero más de una no se cree merecedora de esas palabras. La vida a veces es más fácil de lo que la entendemos, y si va todo bien, es porque realmente va todo bien. Bien no necesariamente es perfecto. Algunos príncipes se confunden el traje a veces, y en vez de azul se visten de otros colores… es un detalle nada más, pero no, ellas siempre piensan que es otro sapo disfrazado. Es más fácil protestar porque hay muchos sapos, que besar sapos hasta encontrar al príncipe.
La mejor forma de obtener resultados diferentes, es simplemente hacer las cosas de forma diferente. Suena tonto y hasta redundante, pero cuando uno hace lo mismo de siempre, no puede esperar resultados que no sean más de lo obtuvieron hasta ese momento. Probar algo nuevo y confiar, no es más de lo mismo y por eso da miedo… Les cuesta entender que no todos pensamos con la cabeza de abajo, y que incluso si una mina linda nos tiene ganas podemos no interesarnos… es más, el hecho de tener opciones justamente puede hacer que más de uno tienda a elegir mejor, haciendo aún más especial recibir alguna palabra que la haga sentir diferente al resto. Jamás se sienten diferentes. Jamás se creen tampoco que nosotros podemos ser diferentes. Cuando les toca uno diferente tienen miedo, y después salen a gritar a viva voz que somos todos iguales…
Algunas hasta están seguras que esa amiga cercana, o esa mina que nosotros decimos que no nos interesa, debe ser nuestro garch´n´go o bien en el fondo nos interesa más de lo que le contamos (porque sí, a veces somos tan pelotudos que incluso les contamos esas cosas). La otra posiblemente es más linda, más flaca, más alta, más atrevida o desinhibida... y si no lo ven así, lo imaginan. Se contentan pensando que seguramente es un gato, una mina fácil, entregada… pero incluso en ese caso, su autoestima las hace pensar que son mejores que ellas a nuestros ojos, y cuando les decimos cosas lindas a ellas no somos del todo sinceros.
La mayoría de las mujeres se cruzó en su vida con un tarado que alguna vez les mintió, que les dibujó una cosa cuando realmente era otra, y las lastimó demasiado. Pasar por eso las hace reticentes a pensar que un hombre cualquiera pueda decir las cosas sinceramente, sin demasiada vuelta, sin significado oculto, sin peros, sin objetivos en concreto. Más de un buen pibe paga los platos rotos de los demás, sin protestar. Las mujeres son mucho más complejas que los hombres, les encanta dar mensajes ambiguos. El hombre es un poco más simple (y pelotudo), pero la mujer intenta entendernos desde su perspectiva, y no les cierra.
Sacando esos salames que se cruzaron en sus vidas, algunos de nosotros no le regalamos un “te quiero” a cualquiera, pero más de una no se cree merecedora de esas palabras. La vida a veces es más fácil de lo que la entendemos, y si va todo bien, es porque realmente va todo bien. Bien no necesariamente es perfecto. Algunos príncipes se confunden el traje a veces, y en vez de azul se visten de otros colores… es un detalle nada más, pero no, ellas siempre piensan que es otro sapo disfrazado. Es más fácil protestar porque hay muchos sapos, que besar sapos hasta encontrar al príncipe.
La mejor forma de obtener resultados diferentes, es simplemente hacer las cosas de forma diferente. Suena tonto y hasta redundante, pero cuando uno hace lo mismo de siempre, no puede esperar resultados que no sean más de lo obtuvieron hasta ese momento. Probar algo nuevo y confiar, no es más de lo mismo y por eso da miedo… Les cuesta entender que no todos pensamos con la cabeza de abajo, y que incluso si una mina linda nos tiene ganas podemos no interesarnos… es más, el hecho de tener opciones justamente puede hacer que más de uno tienda a elegir mejor, haciendo aún más especial recibir alguna palabra que la haga sentir diferente al resto. Jamás se sienten diferentes. Jamás se creen tampoco que nosotros podemos ser diferentes. Cuando les toca uno diferente tienen miedo, y después salen a gritar a viva voz que somos todos iguales…
26 jun 2010
Compulsión por tocarnos
No nos importaba nada. De hecho, tan poco nos importaba, que por momentos nos olvidábamos que el amor es ciego, pero no los vecinos. Siempre tuvimos algo especial, eso que es difícil de conseguir con la mayoría de la gente. Algunos lo llaman química, pero esto era algo diferente. Yo prefiero reconocer que más bien era compulsión por tocarnos. Era inevitable que al vernos no pudiéramos parar de hacerlo, sin que nos importara nada más. Besos, abrazos, lo que fuera y donde fuera… lo importante era estar cerca. A veces pasábamos horas y horas haciendo simplemente eso, sin aburrirnos, y siempre queriendo un poquito más, lo que hacía más larga la despedida que terminaba prolongándose por horas cuando realmente se solucionaba con un simple “nos vemos mañana”.
El lugar era lo de menos, lo importante era estar juntos y reconocer que no podíamos despegarnos ni un segundo. Más de una vez perdíamos la noción del tiempo... ¿Ya son las 7 y media? En cinco minutos llega, y nosotros corriendo por toda la casa en busca del pantalón que revoleamos en la cocina y la malparida bombacha que quedó justo en el rincón más alejado de debajo de la cama. Es más, todavía no sé como eso de salir apurados, vos con el pelo revuelto y dos botones sin abrochar, y yo con una media menos, jamás nos delató. Algún día el vicio nos iba a costar caro. Era más fuerte que nosotros, no lo podíamos evitar. El deseo por el contacto físico no entendía razones ni tomaba conciencia de tiempos ni espacios.
Más de una vez hemos hecho locuras por esta adicción que nos teníamos mutuamente. Todavía me acuerdo esa tarde que te pasé a buscar, y me dijiste que el día anterior se había sentado detrás nuestro en el colectivo una chica que trabajaba enfrente tuyo. Nosotros jamás nos dimos cuenta de su presencia, pero claramente ella sí de la nuestra, ya que recordaba con lujo de detalles cómo yo te daba algún beso disimulado en el brazo (ya que claramente no daba chapar cual adolescentes en celo en el medio del bondi) hasta que te lo mordía con fuerza, en esas ganas incontrolables de tocarte y tenerte cerca.
Llanto. Tu reacción solía consistir de una mini escena donde llorabas, siendo el centro de atención mientras el resto de los pasajeros miraban asombrados, hasta que estallabas de risa. Nadie entendía nada, siempre fuiste demasiado buena actriz como para que alguien sospechara lo contrario. Eso sí, la segunda y la tercera ya nadie te creía, pero aún así yo te mordía sin razón y vos repetías el plan. Nos divertíamos a nuestra manera, lo que nos rodeaba no nos afectaba… y creo que tan mal no nos iba, ya que la chica que nos miraba no dudó en decirte después de vernos que envidiaba la relación que teníamos, y que ojalá ella con su novio tuviera al menos un poquito de esa conexión que teníamos nosotros.
Jamás fue perfecto, pero nos entendíamos bien. Vos con tus mambos, yo con los míos… siempre nos la rebuscábamos para que saliera bien. Hemos hecho cada locura que ni siquiera jugando al “yo nunca”, completamente borracho, me animaría a contarle a mis amigos. Por momentos sentía como si nuestros cuerpos hablaran al tocarse, complementándose a la perfección de forma armoniosa, casi al punto de sospechar que te habían hecho exactamente a mi medida en todo sentido. Las conversaciones de nuestros cuerpos eran geniales, pero el único problema que teníamos era que nuestras conversaciones con palabras lamentablemente, con el correr del tiempo, no estaban ni cerca de ser la sombra de lo que nuestros cuerpos se transmitían mutuamente en esos momentos…
El lugar era lo de menos, lo importante era estar juntos y reconocer que no podíamos despegarnos ni un segundo. Más de una vez perdíamos la noción del tiempo... ¿Ya son las 7 y media? En cinco minutos llega, y nosotros corriendo por toda la casa en busca del pantalón que revoleamos en la cocina y la malparida bombacha que quedó justo en el rincón más alejado de debajo de la cama. Es más, todavía no sé como eso de salir apurados, vos con el pelo revuelto y dos botones sin abrochar, y yo con una media menos, jamás nos delató. Algún día el vicio nos iba a costar caro. Era más fuerte que nosotros, no lo podíamos evitar. El deseo por el contacto físico no entendía razones ni tomaba conciencia de tiempos ni espacios.
Más de una vez hemos hecho locuras por esta adicción que nos teníamos mutuamente. Todavía me acuerdo esa tarde que te pasé a buscar, y me dijiste que el día anterior se había sentado detrás nuestro en el colectivo una chica que trabajaba enfrente tuyo. Nosotros jamás nos dimos cuenta de su presencia, pero claramente ella sí de la nuestra, ya que recordaba con lujo de detalles cómo yo te daba algún beso disimulado en el brazo (ya que claramente no daba chapar cual adolescentes en celo en el medio del bondi) hasta que te lo mordía con fuerza, en esas ganas incontrolables de tocarte y tenerte cerca.
Llanto. Tu reacción solía consistir de una mini escena donde llorabas, siendo el centro de atención mientras el resto de los pasajeros miraban asombrados, hasta que estallabas de risa. Nadie entendía nada, siempre fuiste demasiado buena actriz como para que alguien sospechara lo contrario. Eso sí, la segunda y la tercera ya nadie te creía, pero aún así yo te mordía sin razón y vos repetías el plan. Nos divertíamos a nuestra manera, lo que nos rodeaba no nos afectaba… y creo que tan mal no nos iba, ya que la chica que nos miraba no dudó en decirte después de vernos que envidiaba la relación que teníamos, y que ojalá ella con su novio tuviera al menos un poquito de esa conexión que teníamos nosotros.
Jamás fue perfecto, pero nos entendíamos bien. Vos con tus mambos, yo con los míos… siempre nos la rebuscábamos para que saliera bien. Hemos hecho cada locura que ni siquiera jugando al “yo nunca”, completamente borracho, me animaría a contarle a mis amigos. Por momentos sentía como si nuestros cuerpos hablaran al tocarse, complementándose a la perfección de forma armoniosa, casi al punto de sospechar que te habían hecho exactamente a mi medida en todo sentido. Las conversaciones de nuestros cuerpos eran geniales, pero el único problema que teníamos era que nuestras conversaciones con palabras lamentablemente, con el correr del tiempo, no estaban ni cerca de ser la sombra de lo que nuestros cuerpos se transmitían mutuamente en esos momentos…
25 jun 2010
Helio
Hanta Virus fue el diagnóstico. Con 29 años, casado y con una hija, su futuro prometía algo más que cuatro días de vida. Su esposa, viuda a los 27, tuvo que poner su mayor voluntad para festejar el cumple de tres de la nena. Ya estaba todo arreglado, habían ido juntos hacía un mes a alquilar el pelotero. La fiesta fue un despilfarro de falsa alegría y la chiquita que no paraba de preguntar por el padre. "Está en el cielo, con Dios", le contestaba y se contestaba la mamá. Ahora, siempre que quieren sentirse más cerquita de él, van a la plaza juntas y tiran un globo de helio. Se acuestan a mirar, mientras sube y sube, hasta que desaparece. "Listo mamá, ya lo agarró".
Princesa Scarlatta
http://princesascarlatta.blogspot.com/2009/05/helio.html
Princesa Scarlatta
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24 jun 2010
Red Devil
Red Devil. Así le decían todos, por su color y lo malo que era. En su ambiente era bien conocido. Yo no sabía mucho de él, simplemente que me iba a venir a visitar con varios amigos, todos de nombres raros. Él era el más malo de todos, por más que todos me decían que no debía tenerle miedo. Me acuerdo que nuestro primer encuentro no le dí demasiada importancia, estaba jugando a la Playstation tirado en la cama, como si nada pasara. Todo el mundo estaba pendiente de mi reacción: mamá, papá, mis amigos… ¿Vas a comer, Nico? Obvio que voy a comer, má… no pasa nada, está todo bien, me siento bien. Al final no había sido tan difícil nuestro primer encuentro, me sentía bien en serio. Bien por mí, ya que me iba a tener que acostumbrar porque nos íbamos a tener que ver seguido.
Mamá y papá hablaban pestes de ellos, pero aún así sabían que en el fondo eran buenos, y hasta me recordaban que me iba a hacer bien verlos. Yo desconfiaba un poco, especialmente de Red Devil, ya que en general no daba la cara… dicen por ahí que le tenia miedo a la luz, que era fotosensible, y por eso se mostraba poco y nada en púlico. Yo pensé simplemente que era tímido, que le daba vergüenza todo lo que le hacía a los demás, pero para mí no era tanto problema, ya que seguía tirado en la cama entre Playstation y películas pochocleras.
Se fueron. Seguía bien. ¿Tanta expectativa para nada? ¿Por qué vinieron tantos amigos a visitarme? ¡Estoy bien! Ya pasó, ya se fueron, y cuando vuelvan ya los conozco y sé que no son tan malos, pero de todas formas todos me aconsejaban que me cuidara. Tenían razón, ya que me dejaron un regalo preparado para el día siguiente. Jamás me había sentido tan mal, transpiraba y tenía escalofríos en el cuerpo. Vómitos, nauseas, más vómitos. Hacía pis de todos colores. Ya era demasiado tarde.
Estuve así unos días, hasta que me puse bien. La próxima no iba a ser tan grave, y poco a poco llegaría el día que no los tendría que ver más. Según las malas lenguas, los veía por conveniencia, porque en el fondo me estaban haciendo un gran favor. Cuando me refiero a un gran favor, me refiero a uno grande en serio, de esos que dicen que son de vida o muerte, literalmente hablando. ¿Para tanto? Yo quiero seguir viendo películas, no me jodan, no tengo tiempo ni ganas para amigos por conveniencia y problemas graves. Lamentablemente, eso no lo elegía ni yo ni nadie cercano a mí.
En el fondo yo era bien consciente que era lo mejor para mí, por más que no me gustara, hasta que de repente empezaron a formar parte de mi vida. Sin que me diera cuenta, me alejaron de todo lo que quería: de mis amigos, de cualquier mujer que se acercara, e incluso de la facultad y el trabajo. No me dejaban ver a casi nadie, o como mucho, me dejaban un par de veces por mes, lo que no me gustaba nada. Tenía que aguantar, no quedaba otra.
Entre las muchas maldades que hacía Red Devil, una de las principales era lastimar al corazón… justo a mí, que vengo parche tras parche con el mío, me tenía que tocar tenerlo cerca. Tanto hablaban de él que tuve que empezar a investigar un poco más. Le pregunté a mi amigo google, y me enteré que Red Devil tenía tres amigos más, y uno más venía por las dudas (pero tenía la costumbre de no querer entrar con ellos, siempre llegaba un rato más tarde y no quería entrar por la misma puerta). También había uno más, que hacía poco se había agregado al grupo, y todos hablaban maravillas de él.
Investigando aprendí sus verdaderos nombres, y de lo que eran capaces. Me dio muchísimo miedo saberlo. Me enteré que Red Devil en verdad se llamaba Doxorrubicina, y era completamente tóxico para mi corazón. Era de un color rojo intenso, pero no se veía demasiado ya que venía envuelto en papel de aluminio porque no podía ver la luz hasta que hacía su trabajo. Sus amigos eran Ciclofosfamida, Vincristina y Prednisona, además del nuevo Rituximab (que por suerte vino con ellos). Todos ellos eran parte del cóctel de la muerte.
Entraban directamente en mi sangre, mientras que Metotrexato también los acompañaba por las dudas, pero entraba directamente en mi médula ósea (lo cual no era divertido en absoluto para mí, porque dolía demasiado). Mierda, qué nombres raros, con razón eran tan malos. A pesar que a simple vista me habían dejado sin pelo y me habían hecho ganar cerca de 20kg, por dentro me hacían mucho peor que lo que me hacían por fuera. De a poquito me estaban matando, literalmente, aunque lo peor de la cuestión es que si no me mataban ellos me iba a matar su enemigo Linfoma, popularmente conocido como “Cáncer”.
Cerca de un año duraron nuestros encuentros, entre idas y vueltas, con vómitos y náuseas dentro de mi nueva burbuja de existencia que resultaba ser mi cuarto. Mi vida de repente se tornó solitaria, sin actividades en absoluto, y hasta para salir a comprar el pan tenía que usar barbijo (aunque ni siquiera eso hacía). Sentirme mal era la regla, no la excepción. Vivía cansado. Cada segundo que podía disfrutar chateando o mirando la tele sin preocuparme por lo mal que me sentía se agradecía. Cada minuto que sobrevivía era una razón más para seguir adelante, incluso sabiendo que el pronóstico era muy poco alentador como para andar festejando esas pequeñeces.
Después de pelear mucho, Red Devil y su banda (que preferían ser llamados simplemente "quimioterapia) se salieron con la suya, corriendo a patadas a la innombrable lacra que me había hecho pasar por todo esto. Pobre, él no pensaba que por más que los doctores me habían dicho que mis probabilidades de supervivencia de ahí a unos años eran ínfimas, yo me iba a poner los guantes y salir al ring por más que era posible que perdiera por knock-out. La pelea fue durísima, perdí un par de dientes, ojo negro y ceja cortada.
La contienda se hizo eterna y duró más de lo que pensaba, pero lo importante era ganar, y cada encuentro con ellos estaba un poco más cerca de lograrlo.. Sin ellos no hubiera podido subir al ring siquiera, pero en definitiva, el que tira los golpes soy yo. Ellos eran simplemente mis guantes, y los guantes no pelean solos. No me quedaba otra que salir a ganar… cuando se trata de vida o muerte, así como cuando se trata de amor, todo vale.
Mamá y papá hablaban pestes de ellos, pero aún así sabían que en el fondo eran buenos, y hasta me recordaban que me iba a hacer bien verlos. Yo desconfiaba un poco, especialmente de Red Devil, ya que en general no daba la cara… dicen por ahí que le tenia miedo a la luz, que era fotosensible, y por eso se mostraba poco y nada en púlico. Yo pensé simplemente que era tímido, que le daba vergüenza todo lo que le hacía a los demás, pero para mí no era tanto problema, ya que seguía tirado en la cama entre Playstation y películas pochocleras.
Se fueron. Seguía bien. ¿Tanta expectativa para nada? ¿Por qué vinieron tantos amigos a visitarme? ¡Estoy bien! Ya pasó, ya se fueron, y cuando vuelvan ya los conozco y sé que no son tan malos, pero de todas formas todos me aconsejaban que me cuidara. Tenían razón, ya que me dejaron un regalo preparado para el día siguiente. Jamás me había sentido tan mal, transpiraba y tenía escalofríos en el cuerpo. Vómitos, nauseas, más vómitos. Hacía pis de todos colores. Ya era demasiado tarde.
Estuve así unos días, hasta que me puse bien. La próxima no iba a ser tan grave, y poco a poco llegaría el día que no los tendría que ver más. Según las malas lenguas, los veía por conveniencia, porque en el fondo me estaban haciendo un gran favor. Cuando me refiero a un gran favor, me refiero a uno grande en serio, de esos que dicen que son de vida o muerte, literalmente hablando. ¿Para tanto? Yo quiero seguir viendo películas, no me jodan, no tengo tiempo ni ganas para amigos por conveniencia y problemas graves. Lamentablemente, eso no lo elegía ni yo ni nadie cercano a mí.
En el fondo yo era bien consciente que era lo mejor para mí, por más que no me gustara, hasta que de repente empezaron a formar parte de mi vida. Sin que me diera cuenta, me alejaron de todo lo que quería: de mis amigos, de cualquier mujer que se acercara, e incluso de la facultad y el trabajo. No me dejaban ver a casi nadie, o como mucho, me dejaban un par de veces por mes, lo que no me gustaba nada. Tenía que aguantar, no quedaba otra.
Entre las muchas maldades que hacía Red Devil, una de las principales era lastimar al corazón… justo a mí, que vengo parche tras parche con el mío, me tenía que tocar tenerlo cerca. Tanto hablaban de él que tuve que empezar a investigar un poco más. Le pregunté a mi amigo google, y me enteré que Red Devil tenía tres amigos más, y uno más venía por las dudas (pero tenía la costumbre de no querer entrar con ellos, siempre llegaba un rato más tarde y no quería entrar por la misma puerta). También había uno más, que hacía poco se había agregado al grupo, y todos hablaban maravillas de él.
Investigando aprendí sus verdaderos nombres, y de lo que eran capaces. Me dio muchísimo miedo saberlo. Me enteré que Red Devil en verdad se llamaba Doxorrubicina, y era completamente tóxico para mi corazón. Era de un color rojo intenso, pero no se veía demasiado ya que venía envuelto en papel de aluminio porque no podía ver la luz hasta que hacía su trabajo. Sus amigos eran Ciclofosfamida, Vincristina y Prednisona, además del nuevo Rituximab (que por suerte vino con ellos). Todos ellos eran parte del cóctel de la muerte.
Entraban directamente en mi sangre, mientras que Metotrexato también los acompañaba por las dudas, pero entraba directamente en mi médula ósea (lo cual no era divertido en absoluto para mí, porque dolía demasiado). Mierda, qué nombres raros, con razón eran tan malos. A pesar que a simple vista me habían dejado sin pelo y me habían hecho ganar cerca de 20kg, por dentro me hacían mucho peor que lo que me hacían por fuera. De a poquito me estaban matando, literalmente, aunque lo peor de la cuestión es que si no me mataban ellos me iba a matar su enemigo Linfoma, popularmente conocido como “Cáncer”.
Cerca de un año duraron nuestros encuentros, entre idas y vueltas, con vómitos y náuseas dentro de mi nueva burbuja de existencia que resultaba ser mi cuarto. Mi vida de repente se tornó solitaria, sin actividades en absoluto, y hasta para salir a comprar el pan tenía que usar barbijo (aunque ni siquiera eso hacía). Sentirme mal era la regla, no la excepción. Vivía cansado. Cada segundo que podía disfrutar chateando o mirando la tele sin preocuparme por lo mal que me sentía se agradecía. Cada minuto que sobrevivía era una razón más para seguir adelante, incluso sabiendo que el pronóstico era muy poco alentador como para andar festejando esas pequeñeces.
Después de pelear mucho, Red Devil y su banda (que preferían ser llamados simplemente "quimioterapia) se salieron con la suya, corriendo a patadas a la innombrable lacra que me había hecho pasar por todo esto. Pobre, él no pensaba que por más que los doctores me habían dicho que mis probabilidades de supervivencia de ahí a unos años eran ínfimas, yo me iba a poner los guantes y salir al ring por más que era posible que perdiera por knock-out. La pelea fue durísima, perdí un par de dientes, ojo negro y ceja cortada.
La contienda se hizo eterna y duró más de lo que pensaba, pero lo importante era ganar, y cada encuentro con ellos estaba un poco más cerca de lograrlo.. Sin ellos no hubiera podido subir al ring siquiera, pero en definitiva, el que tira los golpes soy yo. Ellos eran simplemente mis guantes, y los guantes no pelean solos. No me quedaba otra que salir a ganar… cuando se trata de vida o muerte, así como cuando se trata de amor, todo vale.
22 jun 2010
Caminando de la mano
Podía sonar cruel, pero se lo tenía que decir. Tranquilamente podía haberme hecho el tonto y disfrutar, pero no, tuve que hablar. Le dije claramente que tenía un problema con llevar a las chicas de la mano, salvo que realmente me gustara o que la relación estuviera a otro nivel. Decir esto, seguido de no llevar a la chica en cuestión de la mano, es como decir indirectamente “no me importás lo suficiente”. Se lo dije igual. Ella no hizo demasiado problema, ya que al fin y al cabo, yo era simplemente su distracción en la facultad, por lo que no entrar en el selecto grupo de chicas que tienen esos beneficios no era algo importante en su mente, y con el tiempo lo fue olvidando.
Después de muchas idas y vueltas, no dio para más (si es que en algún momento dio para algo), por lo que simplemente nos limitamos a seguir cursando juntos y saludarnos educadamente cada vez que nos veíamos. Era una materia nueva, ella tenía su nuevo grupo de amigos y yo el mío, aunque aún así siempre nos sentábamos rebuscadamente al alcance del otro. A pesar de toda la histeria, en el fondo nos queríamos cerca (pero no tanto, ya que sino la hubiera llevado de la mano en algún momento), pero ya era tiempo para mí de buscar nuevos horizontes ya que eso no daba para más.
Rubia, simpática, querible… nueva. Era tan simple y común que eso la hacía diferente al resto. La nueva compañerita me gustaba, y por suerte, no compartíamos el curso con la vieja. Era ideal para despejarme, con ella tenía todas las de ganar. El único detalle en contra era que su novio probablemente no estaría tan de acuerdo conmigo. Le fui totalmente sincero, y le conté que hasta hacía poco me gustaba otra chica de la facultad, pero ya no pasaba nada. No hizo ningún problema (ni pienso que hubiera sido tan caradura de hacerlo sabiendo que tenía novio). Era el crimen perfecto…
La nueva me gustaba. Aún así, mi manía contra el tema de ir de la manito era más fuerte. Se lo dije sinceramente, y le causó gracia pero lo aceptó tranquilamente, finalmente accediendo a ir a comer algo después de la facultad. No buscábamos demasiado en la salida, simplemente teníamos como objetivo conocernos un poco más. La pasamos bien, recorrimos las ferias de Plaza Francia y volvimos a la facultad. No sé porqué volvimos, quizás simplemente porque realmente a mí me encanta. Esas escaleras eternas con gigantes columnas imponentes hacen que vuelva siempre con una sonrisa en la cara, aunque, claro, esta vez estaba con ella, y decidimos hacernos los aventureros en el intento de subir por el pastito de la colinita empinada del costado en vez de por donde corresponde.
Había llovido el día anterior y patinaba bastante, lo que daba aún más adrenalina a la mini-odisea que nos proponíamos cumplir. Siempre me encantó disfrutar estas pavadas, y más si es acompañado. Tomamos impulso… ¡uno, dos, y arriba!. Arriba yo, porque ella se quedó abajo. Entre risas, me dijo que hiciera una excepción y la ayudara a subir. Claramente, a caballito no la iba a alzar, por lo que no me quedaba otra que subirla de la mano. Lo pensé un poco, y sabiendo bien el contexto de la situación, no había problema. Mi problema no era ir de la mano en sí, sino todo lo que eso representa en mi cabeza.
La subida venía bien, sin mayores sobresaltos (ni que debiera haberlos, todos sabemos que es una pavada esto que nos proponíamos). A lo lejos escucho unas risas conocidas: la vieja y sus amigas no tenían nada más interesante que hacer que pasear por la facultad en el turno que no cursaban, y observar como el idiota de su compañero intentaba subir por el pastito… acompañado por una chica… ¡y de la mano!. No estaba haciendo nada fuera de lugar, no tenía que rendirle cuentas a nadie, pero instintivamente solté a la nueva que casi se pega un porrazo de aquellos. Era tarde, la vieja me había visto, y la nueva refunfuñaba debido a que casi le sale cara la odisea, todo por mi culpa.
Al otro día, la vieja me mató a preguntas sobre quién era la chica, y por qué ibamos de la mano. La historia era poco creíble, pero era auténtica. Jamás me creyó, era obvio para ella que la historia de la manito era inventada, o bien que la nueva era lo suficientemente importante en mi vida como para ser la excepción que ella jamás llegó a ser. La nueva, en cambio, me preguntó enojada por qué la había soltado, y también le conté la verdad. En realidad, la había soltado simplemente por instinto y sin pensar al momento de ver a la otra, así como cuando alguien se quema saca la mano del fuego. No me creyó tampoco, ni valoró mi sinceridad.
Uno de mis peores defectos es que con estas cosas no puedo mentir, ya que no puedo soportar que alguien me diga “me mentiste” cuando se dan cuenta debido a esa estúpida necesidad que tengo de hacer las cosas bien para quedarme siempre tranquilo mentalmente. Yo sé que hice las cosas bien, por más que suene armado lo que cuento. Que se jodan. Quizás las siga viendo, no importa, pero que se jodan… ahora no hay mano para ninguna de las dos.
Después de muchas idas y vueltas, no dio para más (si es que en algún momento dio para algo), por lo que simplemente nos limitamos a seguir cursando juntos y saludarnos educadamente cada vez que nos veíamos. Era una materia nueva, ella tenía su nuevo grupo de amigos y yo el mío, aunque aún así siempre nos sentábamos rebuscadamente al alcance del otro. A pesar de toda la histeria, en el fondo nos queríamos cerca (pero no tanto, ya que sino la hubiera llevado de la mano en algún momento), pero ya era tiempo para mí de buscar nuevos horizontes ya que eso no daba para más.
Rubia, simpática, querible… nueva. Era tan simple y común que eso la hacía diferente al resto. La nueva compañerita me gustaba, y por suerte, no compartíamos el curso con la vieja. Era ideal para despejarme, con ella tenía todas las de ganar. El único detalle en contra era que su novio probablemente no estaría tan de acuerdo conmigo. Le fui totalmente sincero, y le conté que hasta hacía poco me gustaba otra chica de la facultad, pero ya no pasaba nada. No hizo ningún problema (ni pienso que hubiera sido tan caradura de hacerlo sabiendo que tenía novio). Era el crimen perfecto…
La nueva me gustaba. Aún así, mi manía contra el tema de ir de la manito era más fuerte. Se lo dije sinceramente, y le causó gracia pero lo aceptó tranquilamente, finalmente accediendo a ir a comer algo después de la facultad. No buscábamos demasiado en la salida, simplemente teníamos como objetivo conocernos un poco más. La pasamos bien, recorrimos las ferias de Plaza Francia y volvimos a la facultad. No sé porqué volvimos, quizás simplemente porque realmente a mí me encanta. Esas escaleras eternas con gigantes columnas imponentes hacen que vuelva siempre con una sonrisa en la cara, aunque, claro, esta vez estaba con ella, y decidimos hacernos los aventureros en el intento de subir por el pastito de la colinita empinada del costado en vez de por donde corresponde.
Había llovido el día anterior y patinaba bastante, lo que daba aún más adrenalina a la mini-odisea que nos proponíamos cumplir. Siempre me encantó disfrutar estas pavadas, y más si es acompañado. Tomamos impulso… ¡uno, dos, y arriba!. Arriba yo, porque ella se quedó abajo. Entre risas, me dijo que hiciera una excepción y la ayudara a subir. Claramente, a caballito no la iba a alzar, por lo que no me quedaba otra que subirla de la mano. Lo pensé un poco, y sabiendo bien el contexto de la situación, no había problema. Mi problema no era ir de la mano en sí, sino todo lo que eso representa en mi cabeza.
La subida venía bien, sin mayores sobresaltos (ni que debiera haberlos, todos sabemos que es una pavada esto que nos proponíamos). A lo lejos escucho unas risas conocidas: la vieja y sus amigas no tenían nada más interesante que hacer que pasear por la facultad en el turno que no cursaban, y observar como el idiota de su compañero intentaba subir por el pastito… acompañado por una chica… ¡y de la mano!. No estaba haciendo nada fuera de lugar, no tenía que rendirle cuentas a nadie, pero instintivamente solté a la nueva que casi se pega un porrazo de aquellos. Era tarde, la vieja me había visto, y la nueva refunfuñaba debido a que casi le sale cara la odisea, todo por mi culpa.
Al otro día, la vieja me mató a preguntas sobre quién era la chica, y por qué ibamos de la mano. La historia era poco creíble, pero era auténtica. Jamás me creyó, era obvio para ella que la historia de la manito era inventada, o bien que la nueva era lo suficientemente importante en mi vida como para ser la excepción que ella jamás llegó a ser. La nueva, en cambio, me preguntó enojada por qué la había soltado, y también le conté la verdad. En realidad, la había soltado simplemente por instinto y sin pensar al momento de ver a la otra, así como cuando alguien se quema saca la mano del fuego. No me creyó tampoco, ni valoró mi sinceridad.
Uno de mis peores defectos es que con estas cosas no puedo mentir, ya que no puedo soportar que alguien me diga “me mentiste” cuando se dan cuenta debido a esa estúpida necesidad que tengo de hacer las cosas bien para quedarme siempre tranquilo mentalmente. Yo sé que hice las cosas bien, por más que suene armado lo que cuento. Que se jodan. Quizás las siga viendo, no importa, pero que se jodan… ahora no hay mano para ninguna de las dos.
21 jun 2010
Corazón delator
Feriado. Parciales. Justo el apunte que el profesor dijo que teníamos que prestar especial atención, mágicamente desaparece. Revuelvo el placard sin éxito. Pregunto a ver si mamá lo vio (porque en casa, mamá es omnisciente, sabe todo y si no lo sabe lo inventa). Nada. No puede ser. En algún lado tiene que estar… ¿Qué hace esto acá? Lo que menos quería era encontrarlo. Estaba en paz. Lo guardo, es demasiado fuerte mirarlo, me trae malos recuerdos. Me cuesta soltarlo, pero lo pongo en una bolsa, y a continuación la pongo en una caja. Listo, no va a volver. Sigo.
No tengo los apuntes todavía. ¿Dónde estarán? No sé, y ni siquiera me puedo concentrar en pensar donde están porque eso ya me cambió el humor. Nico, ¿te acordás cuando…? Sí, me acuerdo, pero basta. ¿Dónde están los apuntes? Ya está, no se puede así. Siento que me está llamando desde la caja. Voy a estudiar, tengo que estudiar... pero no puedo. Odio que esté ahí, odio tener que esconderlo, odio no poder ni mirarlo, pero especialmente odio que te represente tan bien. No estudio más, ya fue.
Me llama. Mentira, no me llama nada, no habla. Estoy loco, siento que me llama. Lo voy a buscar, saco la caja, abro la bolsa. Sigue ahí. Le grito, le pido que pare, pero es inútil... ni que una cosa inanimada fuera a escucharme, ya que tiene el mismo efecto que gritarle al control de la Playstation cuando el cuadrado no me hace caso al patear en el winning eleven. Guardo la caja, pero le pongo más cosas alrededor. Debería alcanzar, ¿no?. Bien sé que no.
Sigue ahí. Estoy paranoico. No puedo más. Me siento como si mi situación fuera una representación de “El corazón delator” de Poe. No puedo más, basta. Lo agarro, lo miro. Me acuerdo más cosas, por más que me hago el que no me interesa. Sonrío, recuerdo más, se siente bien. Nada, lindo nada, también me recuerda un montón de otras cosas más que pensé que tenía enterradas y cerradas. Basta. Agarro la caja, salgo de mi cuarto, necesito tomar aire.
Pienso qué decirle. Lo saco, lo miro y le digo que deje de torturarme. No hace nada… aparte me delira, me gasta, ya que no reacciona. Sé que no puedo esperar mucho más, no es su culpa, la culpa es de todo lo que representa. Ataque de ira, lo revoleo bien lejos para que no vuelva más. ¡Andá a torturar a algún vecino ahora! Para él seguro sos algo sin importancia, por más que para mí tengas un significado especial. Ya está, se fue. Debería poder estar en paz ahora. En qué estaba… ¿Los apuntes? Ya ni me acuerdo lo que buscaba, no quiero ni puedo estudiar. Me cagó el día… ¿pero quién me quita la sonrisa que tuve por unos segundos por esos recuerdos?
No tengo los apuntes todavía. ¿Dónde estarán? No sé, y ni siquiera me puedo concentrar en pensar donde están porque eso ya me cambió el humor. Nico, ¿te acordás cuando…? Sí, me acuerdo, pero basta. ¿Dónde están los apuntes? Ya está, no se puede así. Siento que me está llamando desde la caja. Voy a estudiar, tengo que estudiar... pero no puedo. Odio que esté ahí, odio tener que esconderlo, odio no poder ni mirarlo, pero especialmente odio que te represente tan bien. No estudio más, ya fue.
Me llama. Mentira, no me llama nada, no habla. Estoy loco, siento que me llama. Lo voy a buscar, saco la caja, abro la bolsa. Sigue ahí. Le grito, le pido que pare, pero es inútil... ni que una cosa inanimada fuera a escucharme, ya que tiene el mismo efecto que gritarle al control de la Playstation cuando el cuadrado no me hace caso al patear en el winning eleven. Guardo la caja, pero le pongo más cosas alrededor. Debería alcanzar, ¿no?. Bien sé que no.
Sigue ahí. Estoy paranoico. No puedo más. Me siento como si mi situación fuera una representación de “El corazón delator” de Poe. No puedo más, basta. Lo agarro, lo miro. Me acuerdo más cosas, por más que me hago el que no me interesa. Sonrío, recuerdo más, se siente bien. Nada, lindo nada, también me recuerda un montón de otras cosas más que pensé que tenía enterradas y cerradas. Basta. Agarro la caja, salgo de mi cuarto, necesito tomar aire.
Pienso qué decirle. Lo saco, lo miro y le digo que deje de torturarme. No hace nada… aparte me delira, me gasta, ya que no reacciona. Sé que no puedo esperar mucho más, no es su culpa, la culpa es de todo lo que representa. Ataque de ira, lo revoleo bien lejos para que no vuelva más. ¡Andá a torturar a algún vecino ahora! Para él seguro sos algo sin importancia, por más que para mí tengas un significado especial. Ya está, se fue. Debería poder estar en paz ahora. En qué estaba… ¿Los apuntes? Ya ni me acuerdo lo que buscaba, no quiero ni puedo estudiar. Me cagó el día… ¿pero quién me quita la sonrisa que tuve por unos segundos por esos recuerdos?
Alguno de mis "yo" se siente identificado...
El tema conmigo siempre fue que puedo tener ideas diametralmente opuestas y aún así estar en equilibrio conmigo misma. Puedo pensar que tal cosa es una degeneración y al mismo tiempo darle una vuelta de tuerca y madurar que quizás no es tan malo. Así, puedo tener sentimientos opuestos respecto de personas, actividades y opiniones. Me cuesta mucho definirme. Supongo que a todos nos cuesta. Tengo razonable envidia a aquellas personas que tienen las cosas tan transparentemente claras… me provocan envidia y un poco de rechazo. Y me suena “aburrido” tener todo tan claro.
¡Ahí lo tienen! Casi sin querer, un despejadísimo ejemplo de lo que decía precedentemente: empecé diciendo que tenía envidia de quienes pensaban claramente y terminé escribiendo que me resultaban aburridos y prefería quedarme en mi estado de confusión permanente. Nunca me decido.
Conmigo siempre todo es una sorpresa. Yo me atrapo diciendo que me gustan cosas que jamás probé, o que nunca se me hubiera ocurrido probar. Me encuentro haciendo cosas que nunca se me hubieran cruzado por la cabeza. Me miento, me engaño y creo mis personajes. Nunca fui diagnosticada con desorden de personalidad… pero creo que eso fue un regalo de navidad de los médicos que me atendieron. Si no tengo desordenes de personalidad entonces abran las puertas del Borda y dejen a todos mis pares ser felices.
Seriamente y aunque suene gracioso: tener varias personalidades te saca airosa de muchas situaciones dramáticas. Soy varias personas a la vez y varias personas que piensan muy diferente. Aún así, eso no me genera conflicto. No me contradigo: pienso diferente dependiendo de muchos factores. Todas mis personalidades conviven silenciosamente adentro mío y esperan su turno para salir. ¿De qué depende? ¿Cómo saben cuál de ellas tiene que salir? Bueno, ellas sí tienen las ideas claras y saben que cada situación merece una personalidad diferente, que se adecue, se amolde a las circunstancias vigentes.
…
Siempre ahogo mis sensaciones, mis deseos, mis sentimientos, mis miserias y alegrías. Lo suprimo todo, eternamente, porque a tiempos es menos doloroso dejar de sentir.
Cuando dejo de sentir empiezo a pensar. Me hago preguntas racionales y me contesto sin mayores problemas. Y la vida es así: fácil, cerebral. Tengo, es cierto, varias personalidades y para cada una de ellas un grupo de amigos diferente. Me cuesta mezclar amigas. A tiempos, soy muchas personas que difieren entre sí: tienen distintas personalidades y las motivan incomparables cosas. Por duro que suene, sé que es así. Hay gente que no se bancaría a HIEDRA y otras que se sienten poco confortables con Cielo. Por eso tengo que actuar diferente o amoldarme. Soy lo que el ambiente quiere que sea, lo que las situaciones me indican que es mejor ser. Que es más conveniente ser.
…
Ah, mis personalidades. Supongo que nacieron en mi necesidad de agradarle al mundo entero. Toda la vida me sentí marginada o por gorda o por antisocial o porque me gustaban los libros en lugar de los power rangers, no lo sé. Simplemente me sentía aislada. Y en mi necesidad de no aislarme creé personalidades acorde a cada grupo de amigos que me hacía. Creo que todos somos un poco así: no nos comportamos igual con nuestra familia que con nuestros amigos, o nuestros profesores o por teléfono o por email o vaya a saber qué otra situación. No puedo hablarle a mi familia de la misma manera que a mis amigos, ni puedo a un novio explicarle chistes que hago con mi familia y en el trabajo tenemos que dar otra imagen. Todo el mundo se la pasa inventando personajes, el problema es que me los tomo en serio y me sirven. Y el personaje que más me cuesta es este que me carcome. Este que me obliga a escribir detalladamente en una agenda todo lo que se me viene a la mente. Que me obliga a llevar registro de todo: las veces que lo vi a Alejandro, qué llevaba puesto (yo), qué hicimos, a dónde fuimos y qué me dijo. No creo que sean muy normales algunas de las cosas que solía hacer, tales como configurar una lista de temas para hablar minutos antes de marcar su teléfono e ir leyéndola silenciosamente (¿hay algo peor que quedarse sin hablar al teléfono?). Son algunas de mis manías un tanto obsesivas, pero supongo que aprendí a convivir con ellas o que ellas se amoldaron a mí. También creo que nacieron por necesidades íntimas: de no olvidar, de no hablar de más, de no quedarme callada, de no repetir vestuario, de tomar consciencia pero por sobre todas las cosas: de RECORDAR. Aunque muchas miles de veces hubiese pagado para olvidar.
…
Tengo problemas de constancia con la gente: cada acción, cada palabra, los tomo como si no tuvieran un contexto, como si no pendieran de algo más. Y el insoportable sentimiento de sentir que está “todo bien” o “todo mal”. Conmigo no hay medias tintas, con los border no hay grises. Lo pavoroso es que lo que en este momento está bien en cinco minutos puede terminar siendo lo peor que me sucedió en la vida.
Y lo más grave, si es que se puede hacer este paréntesis, es no saber quién uno es, qué deportes le gustan, qué discos queremos escuchar: tendemos a ser la persona con la que estamos. No por nada compraba cada disco que veía en su habitación, no por nada me sabía todas las letras y me gustaba su cuadro de fútbol y leía sus libros. Quería ser él… porque yo no era.
…
¿Cómo puedo explicarle a alguien que dejo de escribir y no me acuerdo de quién soy? Nadie en mi círculo social puede entenderlo, es decir, nadie puede entender acabadamente el sentido de no saber quién soy. Pueden darse una idea y decirme: “ya vas a estar bien” pero no es eso lo que necesito.
(Cielo Latini, Abzurdah)
¡Ahí lo tienen! Casi sin querer, un despejadísimo ejemplo de lo que decía precedentemente: empecé diciendo que tenía envidia de quienes pensaban claramente y terminé escribiendo que me resultaban aburridos y prefería quedarme en mi estado de confusión permanente. Nunca me decido.
Conmigo siempre todo es una sorpresa. Yo me atrapo diciendo que me gustan cosas que jamás probé, o que nunca se me hubiera ocurrido probar. Me encuentro haciendo cosas que nunca se me hubieran cruzado por la cabeza. Me miento, me engaño y creo mis personajes. Nunca fui diagnosticada con desorden de personalidad… pero creo que eso fue un regalo de navidad de los médicos que me atendieron. Si no tengo desordenes de personalidad entonces abran las puertas del Borda y dejen a todos mis pares ser felices.
Seriamente y aunque suene gracioso: tener varias personalidades te saca airosa de muchas situaciones dramáticas. Soy varias personas a la vez y varias personas que piensan muy diferente. Aún así, eso no me genera conflicto. No me contradigo: pienso diferente dependiendo de muchos factores. Todas mis personalidades conviven silenciosamente adentro mío y esperan su turno para salir. ¿De qué depende? ¿Cómo saben cuál de ellas tiene que salir? Bueno, ellas sí tienen las ideas claras y saben que cada situación merece una personalidad diferente, que se adecue, se amolde a las circunstancias vigentes.
…
Siempre ahogo mis sensaciones, mis deseos, mis sentimientos, mis miserias y alegrías. Lo suprimo todo, eternamente, porque a tiempos es menos doloroso dejar de sentir.
Cuando dejo de sentir empiezo a pensar. Me hago preguntas racionales y me contesto sin mayores problemas. Y la vida es así: fácil, cerebral. Tengo, es cierto, varias personalidades y para cada una de ellas un grupo de amigos diferente. Me cuesta mezclar amigas. A tiempos, soy muchas personas que difieren entre sí: tienen distintas personalidades y las motivan incomparables cosas. Por duro que suene, sé que es así. Hay gente que no se bancaría a HIEDRA y otras que se sienten poco confortables con Cielo. Por eso tengo que actuar diferente o amoldarme. Soy lo que el ambiente quiere que sea, lo que las situaciones me indican que es mejor ser. Que es más conveniente ser.
…
Ah, mis personalidades. Supongo que nacieron en mi necesidad de agradarle al mundo entero. Toda la vida me sentí marginada o por gorda o por antisocial o porque me gustaban los libros en lugar de los power rangers, no lo sé. Simplemente me sentía aislada. Y en mi necesidad de no aislarme creé personalidades acorde a cada grupo de amigos que me hacía. Creo que todos somos un poco así: no nos comportamos igual con nuestra familia que con nuestros amigos, o nuestros profesores o por teléfono o por email o vaya a saber qué otra situación. No puedo hablarle a mi familia de la misma manera que a mis amigos, ni puedo a un novio explicarle chistes que hago con mi familia y en el trabajo tenemos que dar otra imagen. Todo el mundo se la pasa inventando personajes, el problema es que me los tomo en serio y me sirven. Y el personaje que más me cuesta es este que me carcome. Este que me obliga a escribir detalladamente en una agenda todo lo que se me viene a la mente. Que me obliga a llevar registro de todo: las veces que lo vi a Alejandro, qué llevaba puesto (yo), qué hicimos, a dónde fuimos y qué me dijo. No creo que sean muy normales algunas de las cosas que solía hacer, tales como configurar una lista de temas para hablar minutos antes de marcar su teléfono e ir leyéndola silenciosamente (¿hay algo peor que quedarse sin hablar al teléfono?). Son algunas de mis manías un tanto obsesivas, pero supongo que aprendí a convivir con ellas o que ellas se amoldaron a mí. También creo que nacieron por necesidades íntimas: de no olvidar, de no hablar de más, de no quedarme callada, de no repetir vestuario, de tomar consciencia pero por sobre todas las cosas: de RECORDAR. Aunque muchas miles de veces hubiese pagado para olvidar.
…
Tengo problemas de constancia con la gente: cada acción, cada palabra, los tomo como si no tuvieran un contexto, como si no pendieran de algo más. Y el insoportable sentimiento de sentir que está “todo bien” o “todo mal”. Conmigo no hay medias tintas, con los border no hay grises. Lo pavoroso es que lo que en este momento está bien en cinco minutos puede terminar siendo lo peor que me sucedió en la vida.
Y lo más grave, si es que se puede hacer este paréntesis, es no saber quién uno es, qué deportes le gustan, qué discos queremos escuchar: tendemos a ser la persona con la que estamos. No por nada compraba cada disco que veía en su habitación, no por nada me sabía todas las letras y me gustaba su cuadro de fútbol y leía sus libros. Quería ser él… porque yo no era.
…
¿Cómo puedo explicarle a alguien que dejo de escribir y no me acuerdo de quién soy? Nadie en mi círculo social puede entenderlo, es decir, nadie puede entender acabadamente el sentido de no saber quién soy. Pueden darse una idea y decirme: “ya vas a estar bien” pero no es eso lo que necesito.
(Cielo Latini, Abzurdah)
Miranda Glida
- Ya que no me atendes el telefono, podemos hablar por acá?
- te vuelvo a repetir, me parece que no es lo mas conveniente que nos veamos
- mirá, te entiendo, pero quiero darte tus cosas. Quiero verme una sola vez más. Discos tuyos, pavadas. Quiero verme, cinco minutos en un bar, en algun lado. No me hagas aparecer mañana en tu laburo.
-no creo que sea necesario que me devuelvas mis cosas. De vos me preocupa tu estado más que mis cosas que tenes.
- Quiero verte, ayudame
- Mi forma de ayudarte no hizo más que llevarte al borde del quiebre total. Sin dudas no sirvo para ayudarte.
- Solamente con verte me quedo tranquila y no te jodo más
- No me molesta que “me jodas” me molesta que sigas bajando de peso, por no comer, tomando pastillas, aislándote, teniendo tendencias suicidas, agrediéndote.
- Bueno, ¿nos podemos ver hoy a la noche? Me tomo un tren a monte grande. Hago cualquier cosa. Necesito verme. Verte.
- No voy a estar esta noche, tengo el cumpleaños de un amigo
- Dame la dirección de tu amigo, no me importa. Toco timbre, bajas, te digo lo que te tengo que decir y chau.
- No entiendo la urgencia. ¿Qué pensas hacer?
-Verte, charlar, que nos amemos como antes, que entiendas mis razones y yo las tuyas. Un café, una mesa, dos sillas, vos y yo. Hablando y sin retarme. Yo te escucho, te explico. No es tan complicado.
- Vos no me escuchas, sino no estarías en este estado. Te pedí por favor que pararas.
- Voy a parar. Antes quiero verte.
- Dejá de hablarme como una suicida
- Te juro por mi vida que cuando te vea paro con todo eso.
- Y no jures por tu vida, no me tomes por idiota.
- Necesito verte. ¿Hoy vas a la facultad? ¿Te veo cinco minutos en un recreo?
- ¡No!
- Es un segundo. Después de la facultad te espero en casa ¿dale?
- No me parece que tengas que estar en tu casa y menos sola.
- ¿Podemos hablar? Te voy a buscar al trabajo si es necesario.
- ¿Podes parar un poco y leer lo que escribo? Tu urgencia me enerva
- Tu desinteres a mi tambien. No tengo tiempo, por favor arreglemos ahora.
- No quiero verte porque es contraproducente.
-No es contraproducente, llamala a pilar y preguntale cómo es mi cara cuando te veo, preguntale si no cuento los días que faltan para verte. Necesito verte, me estoy muriendo. Quiero verte y me alivias, flaco. Cinco minutos. Un minuto. Medio minuto. Me rebajo más de lo que un ser humano es capaz. Necesito verte.
- Bueno, mañana a la noche. ¿Donde estás ahora?
- En la casa de mis viejos.
- ¿Tus padres qué opinan de tu estado? ¿Tu pelo?
- ¿Qué tiene mi pelo?
- ¿Qué le hiciste? ¿Ayer fuiste a la peluquería no? Lo decía tu contestador. ¿Qué hacen en tu casa por vos? ¿Tu mamá? ¿Tu papá? ¿Te siguen ignorando?
- ¿Qué querés decir? ¿Qué tendrían que hacer por mí?
- Si yo fuese tu padre (que casi soy) estaría loco intentando ayudarte. Ya que no hicieron nada antes, por lo menos no dejarte sola para que puedas drogarte, darte
- cariño y contención, preocuparse por tu salud y por tu vida.
- ¿Nos vemos el sábado?
- Sino la cosa es muy sencilla, hago una denuncia por intento de suicidio y abandono de persona y te van a internar y me voy a meter en problemas con tus viejos.
- Mis viejos están preocupados. No los metamos en esto ¿está bien? Yo te prometo que a partir del día que te vea voy a cambiar todo. Voy a ser feliz y voy a trabajar en mi documental y voy a ir a la facultad y esas cosas.
- Estoy hablando con muchos psicólogos y psiquiatras y me dicen que si es verdad que te estás tratando no lo están haciendo bien. Que estás en riesgo. Que si tus viejos no te dan bola (de hecho no lo hacen, sé que tu mamá estuvo en el documental con mirada gélida) y yo quiero hacer algo tengo que hacer la denuncia. Aunque me voy a meter en un quilombo y me van a llenar de preguntas, pero como vos no me das ni cinco de bola algo tengo que hacer.
- Flaco ¿quién es Miranda Glida? ¿Y por qué tenés quilombos judiciales?
- Mirada gélida, no “Miranda Glida”. Estás drogada, perdiste la consciencia.
- Bueno, ahora le digo a mi tía que es psicóloga que te llame y nos vemos el sábado. Te amo y vas a ver que está todo bien.
(Cielo Latini, Abzurdah)
- te vuelvo a repetir, me parece que no es lo mas conveniente que nos veamos
- mirá, te entiendo, pero quiero darte tus cosas. Quiero verme una sola vez más. Discos tuyos, pavadas. Quiero verme, cinco minutos en un bar, en algun lado. No me hagas aparecer mañana en tu laburo.
-no creo que sea necesario que me devuelvas mis cosas. De vos me preocupa tu estado más que mis cosas que tenes.
- Quiero verte, ayudame
- Mi forma de ayudarte no hizo más que llevarte al borde del quiebre total. Sin dudas no sirvo para ayudarte.
- Solamente con verte me quedo tranquila y no te jodo más
- No me molesta que “me jodas” me molesta que sigas bajando de peso, por no comer, tomando pastillas, aislándote, teniendo tendencias suicidas, agrediéndote.
- Bueno, ¿nos podemos ver hoy a la noche? Me tomo un tren a monte grande. Hago cualquier cosa. Necesito verme. Verte.
- No voy a estar esta noche, tengo el cumpleaños de un amigo
- Dame la dirección de tu amigo, no me importa. Toco timbre, bajas, te digo lo que te tengo que decir y chau.
- No entiendo la urgencia. ¿Qué pensas hacer?
-Verte, charlar, que nos amemos como antes, que entiendas mis razones y yo las tuyas. Un café, una mesa, dos sillas, vos y yo. Hablando y sin retarme. Yo te escucho, te explico. No es tan complicado.
- Vos no me escuchas, sino no estarías en este estado. Te pedí por favor que pararas.
- Voy a parar. Antes quiero verte.
- Dejá de hablarme como una suicida
- Te juro por mi vida que cuando te vea paro con todo eso.
- Y no jures por tu vida, no me tomes por idiota.
- Necesito verte. ¿Hoy vas a la facultad? ¿Te veo cinco minutos en un recreo?
- ¡No!
- Es un segundo. Después de la facultad te espero en casa ¿dale?
- No me parece que tengas que estar en tu casa y menos sola.
- ¿Podemos hablar? Te voy a buscar al trabajo si es necesario.
- ¿Podes parar un poco y leer lo que escribo? Tu urgencia me enerva
- Tu desinteres a mi tambien. No tengo tiempo, por favor arreglemos ahora.
- No quiero verte porque es contraproducente.
-No es contraproducente, llamala a pilar y preguntale cómo es mi cara cuando te veo, preguntale si no cuento los días que faltan para verte. Necesito verte, me estoy muriendo. Quiero verte y me alivias, flaco. Cinco minutos. Un minuto. Medio minuto. Me rebajo más de lo que un ser humano es capaz. Necesito verte.
- Bueno, mañana a la noche. ¿Donde estás ahora?
- En la casa de mis viejos.
- ¿Tus padres qué opinan de tu estado? ¿Tu pelo?
- ¿Qué tiene mi pelo?
- ¿Qué le hiciste? ¿Ayer fuiste a la peluquería no? Lo decía tu contestador. ¿Qué hacen en tu casa por vos? ¿Tu mamá? ¿Tu papá? ¿Te siguen ignorando?
- ¿Qué querés decir? ¿Qué tendrían que hacer por mí?
- Si yo fuese tu padre (que casi soy) estaría loco intentando ayudarte. Ya que no hicieron nada antes, por lo menos no dejarte sola para que puedas drogarte, darte
- cariño y contención, preocuparse por tu salud y por tu vida.
- ¿Nos vemos el sábado?
- Sino la cosa es muy sencilla, hago una denuncia por intento de suicidio y abandono de persona y te van a internar y me voy a meter en problemas con tus viejos.
- Mis viejos están preocupados. No los metamos en esto ¿está bien? Yo te prometo que a partir del día que te vea voy a cambiar todo. Voy a ser feliz y voy a trabajar en mi documental y voy a ir a la facultad y esas cosas.
- Estoy hablando con muchos psicólogos y psiquiatras y me dicen que si es verdad que te estás tratando no lo están haciendo bien. Que estás en riesgo. Que si tus viejos no te dan bola (de hecho no lo hacen, sé que tu mamá estuvo en el documental con mirada gélida) y yo quiero hacer algo tengo que hacer la denuncia. Aunque me voy a meter en un quilombo y me van a llenar de preguntas, pero como vos no me das ni cinco de bola algo tengo que hacer.
- Flaco ¿quién es Miranda Glida? ¿Y por qué tenés quilombos judiciales?
- Mirada gélida, no “Miranda Glida”. Estás drogada, perdiste la consciencia.
- Bueno, ahora le digo a mi tía que es psicóloga que te llame y nos vemos el sábado. Te amo y vas a ver que está todo bien.
(Cielo Latini, Abzurdah)
18 jun 2010
El dilema del puercoespín
Los puercoespines son animales muy particulares. A pesar de su aspecto inofensivo, están capacitados de defenderse muy bien si se sienten intimidados, ya que sus filosas púas pueden lastimar fácilmente todo lo que las toca. Lamentablemente para ellos, también son animales sociables y buscan tener compañía, por momentos olvidando lo peligrosos que pueden ser para el resto.
Hace un tiempo, leí una analogía de las relaciones interpersonales de los humanos, planteando el dilema que tienen los erizos al pasar frío. En esta situación, instintivamente, buscan acercarse al resto para darse calor mutuamente, pero olvidan que también al hacerlo pueden lastimar a los demás (o salir lastimados ellos mismos, claro). Sus opciones son limitadas: pueden pasar frío, lejos de los demás pero sin ser lastimados, o bien pueden intentar acercarse buscando calor a riesgo de terminar lastimados. Pase lo que pase, el erizo se queda con un sabor agridulce, ya que no tiene ni una cosa ni la otra.
No me gustan esas situaciones. Odio los dilemas. Básicamente, no puedo aceptar que pueda haber un problema donde ninguna de las opciones de las que dispongo me satisfaga. Cuando llego a tener este tipo de problemas no sé qué hacer, ya que la estructura de mi mente perfeccionista no se lleva bien con un problema no resuelto, y muchísimo menos, con uno por resolver donde las soluciones no me gustan. Me la juego, yo quiero calor sin lastimarme… después veo cómo me curo, pero frío no me gusta pasar. Prefiero haber intentado pasar calor, que morirme de frío y con la duda.
Muchas veces, llegar a conocer a una persona se trata de esto. Todos queremos calor en algún punto, pero nadie quiere salir lastimado, por lo que lo mejor es no acercarse. Pensamos las cosas mil veces. Si en algún descuido algún erizo valiente se ofrece a hacernos compañía, lo pensamos dos veces, porque ya tuvimos frío antes y nos lastimaron. El nuevo erizo parece bueno, y hasta aparenta ser sincero al decir que sus púas no son filosas. Todo mentira. Si no fueran filosas, ya se lo hubiera comido algún animal más grande, y dudo que haya tenido tanta suerte de pasar desapercibido tanto tiempo… por las dudas, mejor desconfiar, y pasar el invierno solo.
Alguna solución debe haber. Pensándolo un poco mejor, quizás estando a una distancia prudente aún así pueda disfrutar del calor y comfort que tiene para ofrecer el nuevo erizo friolento con ganas de acurrucarse cerca nuestro. Lo dejamos acercarse un poco, el frío sigue. Un poco más. Otro poquito… bueno, hasta ahí, basta. La paranoia de que nos pueda lastimar se apodera de nuestros pensamientos y lo mandamos lejos. El pobre erizo tenía frío también, y no tenía intenciones de lastimarnos, pero por las dudas lo mandamos a mudar.
Las intenciones no cuentan, porque al fin y al cabo, si nos acercamos mucho terminamos lastimados. Tanta cicatriz termina formando una coraza que nos termina volviendo duros y cautelosos, al punto tal que a veces cuando todo va bien, asustados por habernos descuidado, mandamos a mudar al nuevo puercoespín. Llegará otro, quizás, o no… no importa, de todas formas ya nos estamos acostumbrando al frío, al punto tal que quizás por momentos nos olvidamos que somos animales sociables y que tanta introversión no vale la pena, porque hace mucho que las púas ajenas no nos rozan siquiera. El frío no pega tan fuerte si tenemos buen calor interno, no? Quizás no necesitamos el calor ajeno… está bueno pasar frío por un rato.
Ya entendí. Todo no se puede, y si se quiere todo, hay que correr el riesgo. No me conforma. Lo peor del caso es que todos lo sabemos, entonces los demás también están mirando de reojo que ninguna espina rebelde sobresalga tanto como para molestarlos, y antes de salir lastimados se alejan. Va a ser un invierno frío. Es difícil ser un erizo, y saber que podemos lastimar tan fácil solamente acercándonos. Cuesta mucho darnos cuenta que a pesar de estar llenos de púas, debajo de eso somos blanditos y susceptibles.
Por momentos, ni interesa el frío y ya no duelen las púas. Lo que más duele es el miedo de la gente a sentir calor. Todos quieren calor, pero algunos cuando se empiezan a poner cómodos salen corriendo. Relacionan el calor con la posibilidad de salir lastimados, cuando en realidad, no tendría porqué haber relación entre una cosa y la otra… ¿tanto cuesta disfrutar un rato del calor sin hacerse tanto problema por la espina del de al lado? ¿Es tan difícil dejar que el resto se acerque? Evidentemente, cuesta. Mucho.
Hace un tiempo, leí una analogía de las relaciones interpersonales de los humanos, planteando el dilema que tienen los erizos al pasar frío. En esta situación, instintivamente, buscan acercarse al resto para darse calor mutuamente, pero olvidan que también al hacerlo pueden lastimar a los demás (o salir lastimados ellos mismos, claro). Sus opciones son limitadas: pueden pasar frío, lejos de los demás pero sin ser lastimados, o bien pueden intentar acercarse buscando calor a riesgo de terminar lastimados. Pase lo que pase, el erizo se queda con un sabor agridulce, ya que no tiene ni una cosa ni la otra.
No me gustan esas situaciones. Odio los dilemas. Básicamente, no puedo aceptar que pueda haber un problema donde ninguna de las opciones de las que dispongo me satisfaga. Cuando llego a tener este tipo de problemas no sé qué hacer, ya que la estructura de mi mente perfeccionista no se lleva bien con un problema no resuelto, y muchísimo menos, con uno por resolver donde las soluciones no me gustan. Me la juego, yo quiero calor sin lastimarme… después veo cómo me curo, pero frío no me gusta pasar. Prefiero haber intentado pasar calor, que morirme de frío y con la duda.
Muchas veces, llegar a conocer a una persona se trata de esto. Todos queremos calor en algún punto, pero nadie quiere salir lastimado, por lo que lo mejor es no acercarse. Pensamos las cosas mil veces. Si en algún descuido algún erizo valiente se ofrece a hacernos compañía, lo pensamos dos veces, porque ya tuvimos frío antes y nos lastimaron. El nuevo erizo parece bueno, y hasta aparenta ser sincero al decir que sus púas no son filosas. Todo mentira. Si no fueran filosas, ya se lo hubiera comido algún animal más grande, y dudo que haya tenido tanta suerte de pasar desapercibido tanto tiempo… por las dudas, mejor desconfiar, y pasar el invierno solo.
Alguna solución debe haber. Pensándolo un poco mejor, quizás estando a una distancia prudente aún así pueda disfrutar del calor y comfort que tiene para ofrecer el nuevo erizo friolento con ganas de acurrucarse cerca nuestro. Lo dejamos acercarse un poco, el frío sigue. Un poco más. Otro poquito… bueno, hasta ahí, basta. La paranoia de que nos pueda lastimar se apodera de nuestros pensamientos y lo mandamos lejos. El pobre erizo tenía frío también, y no tenía intenciones de lastimarnos, pero por las dudas lo mandamos a mudar.
Las intenciones no cuentan, porque al fin y al cabo, si nos acercamos mucho terminamos lastimados. Tanta cicatriz termina formando una coraza que nos termina volviendo duros y cautelosos, al punto tal que a veces cuando todo va bien, asustados por habernos descuidado, mandamos a mudar al nuevo puercoespín. Llegará otro, quizás, o no… no importa, de todas formas ya nos estamos acostumbrando al frío, al punto tal que quizás por momentos nos olvidamos que somos animales sociables y que tanta introversión no vale la pena, porque hace mucho que las púas ajenas no nos rozan siquiera. El frío no pega tan fuerte si tenemos buen calor interno, no? Quizás no necesitamos el calor ajeno… está bueno pasar frío por un rato.
Ya entendí. Todo no se puede, y si se quiere todo, hay que correr el riesgo. No me conforma. Lo peor del caso es que todos lo sabemos, entonces los demás también están mirando de reojo que ninguna espina rebelde sobresalga tanto como para molestarlos, y antes de salir lastimados se alejan. Va a ser un invierno frío. Es difícil ser un erizo, y saber que podemos lastimar tan fácil solamente acercándonos. Cuesta mucho darnos cuenta que a pesar de estar llenos de púas, debajo de eso somos blanditos y susceptibles.
Por momentos, ni interesa el frío y ya no duelen las púas. Lo que más duele es el miedo de la gente a sentir calor. Todos quieren calor, pero algunos cuando se empiezan a poner cómodos salen corriendo. Relacionan el calor con la posibilidad de salir lastimados, cuando en realidad, no tendría porqué haber relación entre una cosa y la otra… ¿tanto cuesta disfrutar un rato del calor sin hacerse tanto problema por la espina del de al lado? ¿Es tan difícil dejar que el resto se acerque? Evidentemente, cuesta. Mucho.
16 jun 2010
Hansel y Gretel
Un día Hansel le dijo a Gretel, “tiremos estas migas de pan, así podemos encontrar juntos el camino a casa, ya que perder nuestro camino sería lo peor que nos puede pasar”. Es cierto, perder su camino podría ser una de las cosas más crueles que les podría pasar, pero aún peor sería perder las razones para intentar volver juntos a casa. Olvidarse por qué están ahí, incluso después de recorrer tanto y buscar la forma de regresar, puede ser aún peor que no saber cómo regresar.
Alguna vez, yo también perdí el camino. Ya hace meses que estoy viajando, incluso sin saber mi rumbo. Algunas veces viajé solo, otras tantas alguien me acercó a algún lugar donde me pude sentir cómodo por un rato, pero jamás me volví a sentir en casa. De hecho, cuando llegaba a algún lugar nuevo me sentía que no era realmente yo, una sensación que podría describir como que me había perdido a mí mismo en el camino… y una vez que te perdés a vos mismo, el problema no es de nadie más que de uno.
Cuando estás perdido, te das cuenta de lo lindo que es saber donde estás parado y sentirte cómodo. De repente empezás a extrañar un montón de pequeñas cosas que dabas por seguras. Se dice que no solemos reconocer los momentos significativos de nuestra vida mientras están pasando, ya que crecemos complacientes de ideas, cosas y personas que damos por sentadas y usualmente no es hasta que las perdemos que nos damos cuenta cuanto las necesitamos en nuestra vida, cuanto las amamos.
Alguna vez me pregunté si nosotros creamos los momentos de nuestra vida, o son los momentos de nuestra vida los que terminan creando lo que somos. Jamás lo voy a saber, pero lo que sí sé es que puedo reconocer algunos momentos donde mi vida dio un vuelco grande y definió muchas cosas. Siempre hay un momento en nuestras vidas donde nos damos cuenta que nos fuimos fuera del camino que queríamos seguir.
En ese momento desesperante, debemos elegir una dirección… ¿seguiremos fuera del camino, perdidos en la nada? ¿Pelearemos para volver al camino? ¿No decidiremos, y después pensaremos en qué podría haber pasado? ¿Haremos un nuevo camino, desde cero, pero esta vez intentaremos hacerlo bien? Por momentos, se torna muy difícil saber para donde vamos, y peor aún, muchas veces donde queremos ir realmente no es donde terminamos.
Si pudiera elegir un momento de mi vida donde todo cambió, instantáneamente se me viene esa noche a la cabeza. Esa noche donde la bronca le ganó a la razón, y el impulso fue más fuerte que lo que sabía que debía hacer. Esa noche donde me dí miedo a mí mismo por primera vez, y es el día de hoy que no quiero ni recordarlo, ya que al hacerlo se me llenan los ojos de lágrimas. En ese momento creo que no me conocía ni yo mismo. Estaba volcado al lado del camino, esperando que venga alguien a ayudarme, ya que una cosa es desviarnos un poco, y otra muy diferente es desbarrancar y quedar lastimado, impotente y con bronca porque no tenía porqué tirar un volantazo así para terminar aún peor.
Quizás ese volantazo fue mi forma de decir “Gretel, me parece que nos estamos perdiendo en el medio del bosque, intentemos volver”. El problema es que quizás Gretel pensaba que iba a ser divertido un campamento en el bosque, pero no se daba cuenta que también estaba perdida conmigo y había dejado de ser divertido desde el preciso momento que ya no sabía como volver. Irse de campamento un rato puede ser divertido, pero con el paso de los días se torna insufrible: no tener cambio de ropa, sentirse sucio, tener la espalda dura de tanto dormir mal, y no tener ni un baño cerca. Un rato somos todos felices, pero cuando se extiende en el tiempo indefinidamente molesta. A mí me molesta.
Todavía me acuerdo de lo lindo que se sentía estar en casa, pero sé que es imposible volver a casa después del accidente que sufrimos al desbarrancar… y quizás ni siquiera es lo que quiero, pero sí quiero al menos vivir en el mismo barrio y poder saludarnos sin rencores. A veces me pregunto cómo llegó esa oscuridad a mi vida, y como no me di cuenta de que ahí estaba. ¿Fue algo que buscamos? ¿Fue algo que dejamos entrar como si no hubiera problema? ¿Qué es esta oscuridad? ¿Tiene algún nombre? ¿Tiene TU nombre?
Días como hoy, me hago un montón de preguntas pero no tengo ninguna respuesta. No busco ninguna respuesta tampoco, porque sé que no la hay. Si no salgo a buscarte, es porque sé que corro el riesgo de encontrarte. En todo caso, no perdería demasiado buscando esa respuesta, ya que no se puede romper un corazón roto, y los nuestros ya no tienen ni lugar para ponerle un nuevo parche. Cuando me dí cuenta que estaba cavando todavía un poco más, te pedí una escalera para salir y me tiraste una pala.
Hay cosas difíciles de entender. Si le preguntaras a Adán como es el paraíso, te podría dar infinitas respuestas de la belleza del lugar, de los magníficos paisajes y de todo su esplendor. Quizás, Adán simplemente contestaría “el paraíso es donde está Eva”. No hay nada más que decir para él, y quizás por momentos para mí tampoco. Somos dos idiotas Adán, vos también deberías saber que cuando uno se enamora es como si le diera a alguien el poder de destruirlo, pero confiando en que no lo va a hacer… pero a veces pecamos de confianzudos.
Según Rousseau, cuando uno escribe con sentimiento empieza sin saber lo que se va a decir, y termina sin saber lo que se ha dicho. Así me siento, como que tengo mucho que decir, y a pesar de ver palabras, no puedo llegar a expresar todo lo que tengo adentro. Lo único que sé es que nadie puede crear un nuevo comienzo, pero sí puede empezar ahora y crear un nuevo final. Eso quiero. Nada más, nada menos.
Alguna vez, yo también perdí el camino. Ya hace meses que estoy viajando, incluso sin saber mi rumbo. Algunas veces viajé solo, otras tantas alguien me acercó a algún lugar donde me pude sentir cómodo por un rato, pero jamás me volví a sentir en casa. De hecho, cuando llegaba a algún lugar nuevo me sentía que no era realmente yo, una sensación que podría describir como que me había perdido a mí mismo en el camino… y una vez que te perdés a vos mismo, el problema no es de nadie más que de uno.
Cuando estás perdido, te das cuenta de lo lindo que es saber donde estás parado y sentirte cómodo. De repente empezás a extrañar un montón de pequeñas cosas que dabas por seguras. Se dice que no solemos reconocer los momentos significativos de nuestra vida mientras están pasando, ya que crecemos complacientes de ideas, cosas y personas que damos por sentadas y usualmente no es hasta que las perdemos que nos damos cuenta cuanto las necesitamos en nuestra vida, cuanto las amamos.
Alguna vez me pregunté si nosotros creamos los momentos de nuestra vida, o son los momentos de nuestra vida los que terminan creando lo que somos. Jamás lo voy a saber, pero lo que sí sé es que puedo reconocer algunos momentos donde mi vida dio un vuelco grande y definió muchas cosas. Siempre hay un momento en nuestras vidas donde nos damos cuenta que nos fuimos fuera del camino que queríamos seguir.
En ese momento desesperante, debemos elegir una dirección… ¿seguiremos fuera del camino, perdidos en la nada? ¿Pelearemos para volver al camino? ¿No decidiremos, y después pensaremos en qué podría haber pasado? ¿Haremos un nuevo camino, desde cero, pero esta vez intentaremos hacerlo bien? Por momentos, se torna muy difícil saber para donde vamos, y peor aún, muchas veces donde queremos ir realmente no es donde terminamos.
Si pudiera elegir un momento de mi vida donde todo cambió, instantáneamente se me viene esa noche a la cabeza. Esa noche donde la bronca le ganó a la razón, y el impulso fue más fuerte que lo que sabía que debía hacer. Esa noche donde me dí miedo a mí mismo por primera vez, y es el día de hoy que no quiero ni recordarlo, ya que al hacerlo se me llenan los ojos de lágrimas. En ese momento creo que no me conocía ni yo mismo. Estaba volcado al lado del camino, esperando que venga alguien a ayudarme, ya que una cosa es desviarnos un poco, y otra muy diferente es desbarrancar y quedar lastimado, impotente y con bronca porque no tenía porqué tirar un volantazo así para terminar aún peor.
Quizás ese volantazo fue mi forma de decir “Gretel, me parece que nos estamos perdiendo en el medio del bosque, intentemos volver”. El problema es que quizás Gretel pensaba que iba a ser divertido un campamento en el bosque, pero no se daba cuenta que también estaba perdida conmigo y había dejado de ser divertido desde el preciso momento que ya no sabía como volver. Irse de campamento un rato puede ser divertido, pero con el paso de los días se torna insufrible: no tener cambio de ropa, sentirse sucio, tener la espalda dura de tanto dormir mal, y no tener ni un baño cerca. Un rato somos todos felices, pero cuando se extiende en el tiempo indefinidamente molesta. A mí me molesta.
Todavía me acuerdo de lo lindo que se sentía estar en casa, pero sé que es imposible volver a casa después del accidente que sufrimos al desbarrancar… y quizás ni siquiera es lo que quiero, pero sí quiero al menos vivir en el mismo barrio y poder saludarnos sin rencores. A veces me pregunto cómo llegó esa oscuridad a mi vida, y como no me di cuenta de que ahí estaba. ¿Fue algo que buscamos? ¿Fue algo que dejamos entrar como si no hubiera problema? ¿Qué es esta oscuridad? ¿Tiene algún nombre? ¿Tiene TU nombre?
Días como hoy, me hago un montón de preguntas pero no tengo ninguna respuesta. No busco ninguna respuesta tampoco, porque sé que no la hay. Si no salgo a buscarte, es porque sé que corro el riesgo de encontrarte. En todo caso, no perdería demasiado buscando esa respuesta, ya que no se puede romper un corazón roto, y los nuestros ya no tienen ni lugar para ponerle un nuevo parche. Cuando me dí cuenta que estaba cavando todavía un poco más, te pedí una escalera para salir y me tiraste una pala.
Hay cosas difíciles de entender. Si le preguntaras a Adán como es el paraíso, te podría dar infinitas respuestas de la belleza del lugar, de los magníficos paisajes y de todo su esplendor. Quizás, Adán simplemente contestaría “el paraíso es donde está Eva”. No hay nada más que decir para él, y quizás por momentos para mí tampoco. Somos dos idiotas Adán, vos también deberías saber que cuando uno se enamora es como si le diera a alguien el poder de destruirlo, pero confiando en que no lo va a hacer… pero a veces pecamos de confianzudos.
Según Rousseau, cuando uno escribe con sentimiento empieza sin saber lo que se va a decir, y termina sin saber lo que se ha dicho. Así me siento, como que tengo mucho que decir, y a pesar de ver palabras, no puedo llegar a expresar todo lo que tengo adentro. Lo único que sé es que nadie puede crear un nuevo comienzo, pero sí puede empezar ahora y crear un nuevo final. Eso quiero. Nada más, nada menos.
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