No sé si estará bien, pero tengo ganas. Quiero saber cómo estás, que me cuentes pavadas y nos riamos un rato. Quiero que me mires con esa mirada cómplice, entenderte, y que el resto del mundo no importe por un rato. Eso nada más, y creo que no estoy pidiendo demasiado. Lo curioso, es que quiero eso más que otras cosas. En este momento, prefiero un abrazo a una noche de lujuria (incluso sabiendo que puede ser genial).
Tengo ganas de que dejemos el orgullo de lado, que los caprichos anticuados le cedan el lugar a algo nuevo e interesante. Me encantaría explorar un poco hasta donde podemos llegar, pero aún más me gustaría que me dejes jugar libremente para sacarme la duda. Ambos sabemos que podemos hacer cosas increíbles, pero yo necesito al menos un poco de libertad como para poder hacerlo. Se tendría que ir dando solo, nada más falta el primer paso.
Te conozco bien, sé que cosas hacer para cambiarte el mundo en un ratito. Es más, tan bien te conozco que sé que te morís de ganas porque llegue y te genere todo eso que te encanta. Vos también me conocés bien, y sabés que no vas a caer tan fácil porque tu orgullo puede más, incluso sabiendo que te morís de ganas, sabiendo que te puedo.
Por momentos incluso fantaseo un poco, y se me ocurren cosas geniales. Sí, son fantasía, porque todavía no sé ni gatear y ya quiero correr maratones, pero igual me ilusiono fácil divagando con eso. Lo frustrante es cuando caigo en la realidad, y empiezo a razonar de que es una utopía. No me interesa, me encantan los desafíos, y soy la persona más persistente que existe. Tendré mil errores, pero no me rindo fácil. No me conforma la palabra “imposible”.
El único problema, es que todavía estoy viendo cómo. Perdón, el único problema además de que me está costando horrores volver a aprender a gatear…
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