26 nov 2012

Camaleón



Ayer recordaba con sonrisa pícara al personaje de Gollum de “El Señor de los Anillos”. Es increíble como este ser puede tener sentimientos diametralmente opuestos jugando permanentemente en su cabeza. Por un lado, adora y admira a Frodo, pero por otro no dudaría en degollarlo si se le presentara la oportunidad. ¿Cómo puede convivir todo eso en su cabeza? A veces no todo es tan simple. Eso sí, si se lo preguntaras a Gollum, seguramente no sabría como explicarlo. Curiosamente, por más patético que suene, me di cuenta que en algún punto lo entiendo.

Mi mente también es extraña. Por momentos me cuesta mucho definirme. ¿Qué soy? ¿Cómo soy? Mi respuesta es “depende”, pero no debería serlo. Soy muy relativo y ambiguo. Puedo tener ideas diametralmente opuestas conviviendo en mi cabeza, pero aún así estar en paz conmigo mismo, ya que puedo jugar todos los roles dependiendo del contexto. Cuando veo algo inconcluso, algo no definido, intento tomar una postura firme al respecto, sin entender que a veces es mejor darse cuenta que lo gris no siempre es blanco y negro, por lo que a pesar de todo quedo rondando en el gris a pesar de decir blanco o negro.

Por momentos me pierdo en mí mismo, y me doy cuenta que estoy haciendo cosas que hacía segundos había dicho que no iba a hacer, o que me gustan cosas que antes aborrecía totalmente. Intento transpolar todo para encontrarle algo positivo a lo negativo, y viceversa… quizás por eso me interese ser abogado, ya que no tengo problemas en jugar a ser víctima o victimario, con la misma facilidad con la que alguien elige ponerse un calzoncillo u otro.

Jamás me había puesto a profundizar sobre estos temas de mi mente, ya que en algún punto me asusta descubrir que tengo cosas de mí que no me gustan. Prefiero resaltar mis puntos fuertes, e intentar minimizar los que no lo son, magnificando mis proezas y escondiendo mis errores. Me es imposible no ahondar en estos temas intentando buscar una respuesta coherente que me hagan ser un poco mejor, porque no soy conformista y sé que casi todo lo que tengo en definitiva depende de mí. Releo este párrafo. Lo hice de nuevo. Por un lado me asusta profundizar en estos temas, pero por otro me es imposible no hacerlo y hasta me causa un placer morboso el hecho de saberlo. Soy un desastre, y al mismo tiempo, me creo autosuficiente y al control de mis sentimientos e impulsos.

Por más ambiguo que parezca, soy una persona muy pasional y racional. Dependiendo el contexto, mis sentimientos pueden hacerme realizar acciones irrisorias e impensadas, dándole a lugar a la impulsividad que generalmente intento reprimir, porque en el fondo, soy una persona muy racional y pienso todo minuciosamente, detalle por detalle. Mi mente va a mil, y por momentos me da miedo, ya que tengo la sensación de que en cualquier momento explota mi cabeza dejando palabras inconclusas desperdigadas por toda mi habitación.

Generalmente pienso de más cuando suprimo mis sentimientos. Es inevitable que mis sentimientos por momentos tiendan a condicionar mi humor, ya que muchas veces terminan lastimando. No me permito estar mal, no me gusta estar mal, y suprimo todo pensamiento negativo… pero algo debe ocupar ese lugar, y ahí se prende mi cabeza, intelectualizo mis sentimientos. Me pregunto racionalmente todas las cosas que siento, y contesto fácil. Con la cabeza siempre se contesta fácil, especialmente cuando te creés que sos súper capaz e inteligente como mi innecesariamente elevada autoestima me hace creer que soy. El corazón, en cambio, siempre contesta para dónde se le antoja.

Racionalmente necesito hacer siempre las cosas bien, por lo que tiendo a tener una incongruencia entre lo que quiero y lo que pienso. Lo “mejor” no siempre es lo que “quiero”. Así, mientras que algo me puede parecer completamente desubicado y descabellado, al mismo tiempo puede darme placer si lo hago, o bien mientras que alguien racionalmente puede no ser lo que yo necesito, no puedo evitar no dejarme llevar y racionalizar que en algún punto no es tan malo para mí, y quizás en algún punto me sirva. Yo lo entiendo, pero si se lo explico a cualquiera piensan que estoy más cerca de ser un actor dramático que alguien auténtico. El tira y afloje entre lo que en el fondo quiero y lo que realmente sé que necesito me juega malas pasadas más de una vez.

No tengo preferencias marcadas. Me gusta todo, no me gusta nada. No tengo color favorito, comida favorita, música favorita. Me adapto. Soy simple, no tengo problemas con nada. Visto de otra forma, soy complejo: no podés ser todo. Escucho el tema “Bitch” de Alanis Morisette y se me pone la piel de gallina… soy yo, soy tal cual. I´m a little bit of everything, all roled into one.

No me contradigo, mi esencia es siempre la misma. Mis valores, mis códigos, mis creencias jamás cambian. Lo que cambia es mi personalidad, acorde las circunstancias, y especialmente mi respuesta a los estímulos ajenos. Cuando tengo que ser gracioso, soy un payaso. Cuando tengo que escuchar a algún amigo que tiene problemas, lo hago y soy el mejor consejero. Si necesitan reírse y pasarla bien, jamás falto. A la gente le gusta: soy completo. No hago problemas. Siempre sumo. Es como tener un equipo armado, y hacer los cambios dependiendo del rival. En cancha siempre está lo mejor.

Suena genial en los papeles, pero puede ser un problema. A veces está bueno no ser perfecto, no hacer las cosas bien, tener un defecto y no moldearlo, no cambiarlo. Es parte de mí, en definitiva. Es mi auténtico yo, por más que mi auténtico yo realmente sea alguien que se busca superar día a día, y no tiene problema en adaptarse a lo que tiene por una cuestión práctica buscando hacer las cosas simples. Mis límites son jamás mentir, ni ser algo que en el fondo no soy. No lo necesito, jamás lo necesité. Tengo bien en claro lo que soy y lo que valgo, con todos mis defectos y virtudes, así desastre como soy. Puede resultar difícil de creer que sea así, pero lo soy. Soy un poco de todo, y ese es mi auténtico yo, por más extraño que suene. Soy un camaleón.

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