2 jul 2011

La paradoja de Abilene

“Una calurosa tarde en Coleman, una familia compuesta por suegros y un matrimonio está jugando al dominó cómodamente a la sombra de un pórtico. Cuando el suegro propone hacer un viaje a Abilene, ciudad situada a 80 km., la mujer dice: «Suena como una gran idea», pese a tener reservas porque el viaje sería caluroso y largo, pensando que sus preferencias no comulgan con las del resto del grupo. Su marido dice: «A mí me parece bien. Sólo espero que tu mamá tenga ganas de ir.» La suegra después dice: «¡Por supuesto que quiero ir. Hace mucho que no voy a Abilene!»

El viaje es caluroso, polvoriento y largo. Cuando llegan a una cafetería, la comida es mala y vuelven agotados después de cuatro horas.

Uno de ellos, con mala intención, dice: «¿Fue un gran viaje, no?». La suegra responde que, de hecho, hubiera preferido quedarse en casa, pero decidió seguirlos sólo porque los otros tres estaban muy entusiasmados. El marido dice: «No me sorprende. Sólo fui para satisfacer al resto de ustedes». La mujer dice: «Sólo fui para que estuviesen felices. Tendría que estar loca para desear salir con el calor que hace». El suegro después refiere que lo había sugerido únicamente porque le pareció que los demás podrían estar aburridos.

El grupo se queda perplejo por haber decidido hacer en común un viaje que nadie entre ellos quería hacer. Cada cual hubiera preferido estar sentado cómodamente, pero no lo admitieron entonces, cuando todavía tenían tiempo para disfrutar de la tarde.”


Curiosamente, la dinámica de grupos puede ser muy interesante, tal cual pasa en este caso. La paradoja de Abilene ilustra perfectamente como se dan a veces las relaciones sociales. Mucha gente, sabiendo que esto no es un juego que se juegue individualmente, presupone el pensamiento ajeno y termina actuando en consecuencia. No es poco común escuchar comentarios al pasar de gente que dice “mmm, me parece que esta mina cero onda conmigo, así que le mando un mensajito yo primero diciéndole que no me interesa para no quedar como un boludo”. Una estupidez, bah... te interesa la mina, y le mandás un mensaje diciéndole que no te interesa.

Mal… la gente hace cosas que van en contra de sus propios deseos, solamente por pensar lo que los demás quieren o piensan en referencia al mismo tema. No es tan difícil de prevenir, ya que se puede solucionar simplemente teniendo una comunicación fluida, sincera, y teniendo la seguridad suficiente en uno mismo como para no desesperar ante una respuesta que no es lo que esperamos, o bien que consideramos puede esconder algún mensaje entre líneas.

Cada día que pasa más me doy cuenta que lo que tengo que buscar es mi felicidad, nada más, y hacer lo que yo creo mejor. No me interesa demasiado lo que piensen los demás, ni lo que esperen de mí. Eso es su problema, no el mío. Incluso cuando sé que tengo todas las de perder, voy a intentar hacer lo que me parece lo mejor para mí, sin llegar al extremo de ser egoísta o perder la empatía. Sino, ya me veo que en breve estoy preguntándole a alguien si vamos a Abilene, y me termina respondiendo que sí… porque si le pregunto, supone que yo me muero de ganas de ir… y no, ni cerca.

29 jun 2011

Through the looking glass

Alicia miró alrededor suyo con gran sorpresa.
-Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!
-¡Pues claro que sí! -convino la Reina-. Y, ¿cómo si no?
-Bueno, lo que es en mi país -aclaró Alicia, jadeando aún bastante, cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte...
-¡Un país bastante lento! -replicó la Reina-. Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.

(Lewis Carrol, “Through the Looking-Glass, and What Alice Found There”)

Para quienes no tuvieron la suerte de leer la secuela de “Alicia en el país de las maravillas”, los pongo en situación. La obra básicamente trata de un gran juego de ajedrez (así como su predecesora, tenía como uno de los ejes de la historia a los naipes). En su loca aventura, Alicia se encuentra encerrada dentro de una loca partida, y entre otros personajes, encuentra a la Reina Roja. La misma, emulando las acciones de una reina en el ajedrez, se podía mover muy de prisa y en cualquier dirección. El problema radicaba en que, por mucho que se moviera, jamás podía salir del tablero… es por eso que Alicia no lograba entender cómo, aún moviéndose deprisa, parecía estar siempre en el mismo lugar.

En definitiva, es como si la reina siempre jugara con handicap: para poder permanecer donde está, debe correr a gran velocidad. Por más frustrante que parezca, todo el esfuerzo solamente la dejará en el mismo lugar. Creo que aún peor es el hecho de que no depende del todo de ella misma el poder avanzar, ya que hay otros factores que necesariamente la influyen pero quedan fuera de su control. Lamentablemente, la situación de la Reina Roja que debe moverse deprisa solamente que para poder mantener su propio lugar es una analogía para muchos casos de la vida, incluyendo al amor.

Cuando una persona conoce a alguien interesante, es fundamental poder mantener el estímulo y generar permanentemente nuevas situaciones para poder, al menos, conservar lo que uno tiene. Uno no se puede dormir en los laureles con lo hecho previamente, ya que cuando uno no progresa, está quedándose quieto mientras el mundo a su alrededor se mueve. Es aún peor el hecho de que puede haber otra persona que, buscando a ese mismo alguien, esté moviéndose a paso veloz para seguir avanzando. Tarde o temprano, si uno se estanca mientras otro progresa, indirectamente queda relegado… lo cual es muy común que le pase a relaciones donde faltan emociones y estímulos nuevos, mientras aparece un tercero con hambre de gloria dispuesto a dejar todo para demostrar que hay un mundo menos monótono simplemente abriendo los ojos.

Por mi parte, voy a hacer como la Reina Roja y me voy a seguir moviendo, por más que avance lentamente. Sé que vale la pena, y sé que muchos otros seguramente se cansaron de correr para terminar siempre en el mismo lugar. También tengo clarísimo que no siempre depende de mí, que a veces el tablero es limitado y el resto de las piezas también se mueven esperando comerse a sus oponentes. No me preocupa, puedo fantasear y vivir en un país de las maravillas como Alicia, y jugar una partida a mi medida. No me asusta lo extraordinario.

Jaque… te toca mover a vos ahora.

8 jun 2011

The uh-oh moment


In every doomed relationship, there comes what I like to call "The uh-oh moment". When a certain little something happens, and you know you've just witnessed the beginning of the end. And suddenly you stop and you think, "Uh-oh, iceberg ahead".

Esto mismo dice Alfie (Jude Law) cuando Nikki (Sienna Miller) torpemente y algo pasada de alcohol, rompe su copa al brindar con él, continuando con una risa escandalosa después del hecho. Ese momento, tal cual como nos pasa muchas veces a todos, es uno de los puntos de quiebre en cualquier relación interpersonal (y análogamente, con muchas de las situaciones que lidiamos cotidianamente). Casi todas las relaciones que acaban tienen un “uh-oh moment” tarde o temprano, donde te cae la ficha de que eso jamás podría funcionar.

¿Qué pasa entonces cuando una relación termina sin ese tipo de momentos? Creo que muchas veces son necesarios, para marcar un final definitivo, sea en una relación personal, en un proyecto o en un trabajo. Cuando uno se da cuenta que definitivamente algo no podría funcionar, por más que se intente, recién ahí uno se resigna a lo que por decantación terminaría siendo de todas formas, o bien simplemente pierde el interés. El problema no se da cuando llega el momento de quiebre, sino más bien cuando uno no lo encuentra y aún así abandona algo que al momento parece hacerle bien.

Quizás uno deja las cosas a medio hacer sin demasiadas razones, sin tener un punto de quiebre. Un viaje, un trabajo, una relación con una persona, un proyecto. Quizás, simplemente, porque a pesar de ser algo que le haga bien, no parece ser moralmente correcto, no condice con sus objetivos en ese momento, no se tiene tiempo o cualquier otra situación que simplemente hagan que uno deje de hacerlo. Las razones muchas veces parecen convincentes, pero jamás hubo un “uh-oh moment” que reafirme nuestras creencias con respecto al tema. El tema es que siempre queda la duda de “qué hubiera pasado si…”

Lo bueno es que la vida, muchas veces, nos deja darnos la cabeza contra la pared y probar que eso que parecía interesante, sigue siendo posible (o no). Con el paso del tiempo, uno empieza a ver que las razones que se tenían para tomar una decisión en un momento, pueden no ser válidas o importantes en otro. Ese pequeño raye de dejar la carrera de la facultad, quizás no coincidía demasiado con lo bien que le hacía a uno aprender y aplicar todo lo aprendido sobre el tema. Los objetivos de vida y prioridades cambian. La gente cambia… y por eso, muchas veces, uno tiene la posibilidad de retomar algo que había dejado colgado.

En lo personal, prefiero siempre sacarme las dudas con las cosas que me hacen bien. Esa persona especial que conocí y me encantaba compartir momentos, ese alocado plan de viaje que tantas ganas tenía de hacer, ese proyecto personal que hacía que por un rato deje de tener los pies sobre la tierra… si puedo retomarlos, lo voy a hacer. Nada me lo impide, más que los preconceptos internos que pueda llegar a tener con esas cosas. Como mucho, lo peor que me puede pasar sea llegar a ese momento donde piense “iceberg ahead” y me dé cuenta que no era para mí, y simplemente mire para otro lado.

Eso sí, con la duda no me quiero quedar jamás. Creo que lo peor que le puede pasar a alguien, es que cuando le cuente estas historias a sus nietos, no pueda parar de pensar “¿qué hubiera pasado si…?”. Claramente, creo que prefiero el “uh-oh moment” a la eterna duda. ¿Quién sabe? Quizás hasta resulte ser que eso que me hacía bien, me siga haciendo aún mejor ahora que ya no cuento con esos impedimentos que en otro momento no me dejaron apreciarlo como debía…

30 may 2011

El elefante y la estaca

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante, que, como mas tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba sus patas

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.

El misterio sigue pareciéndome evidente.

¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?

Cuando tenia cinco o seis años, yo todavía confiaba el la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.

Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.

Imagine que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.

Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.

Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza…

(Jorge Bucay)